lunes, 17 de enero de 2011

¿UN DIAGNOSTICO PSICOANALITICO?

“La sexualidad es anormal porque no hay relación sexual. Freud se dio cuenta de que la neurosis no era estructuralmente obsesiva, que era histérica en el fondo, es decir ligada al hecho de que no hay relación sexual, que hay personas que eso les da asco, lo que así y todo es un signo positivo, que eso les hace vomitar.” (J. Lacan - Seminario 24)
Detengámonos por un instante en esta cita. La histeria, es con su deseo insatisfecho, una manera adecuada de decir la estructura anormal, displacentera de la sexualidad. Un malestar que acosa con demandas insaciables y satisfacciones libidinales conquistadas a las que no se quiere renunciar.
La histeria es modelo y en este sentido diagnostica, no a un sujeto sino, a la sexualidad.
Adelanto aquí una hipótesis y una pregunta: el sujeto del inconciente, pensado como lugar de enunciación, como vacilación, como presencia intermitente - por instantes - entre decires y dichos, este sujeto no es diagnosticable en los términos en que se piensa comúnmente al diagnóstico. ¿Habría otro diagnóstico posible?
Lo universal: el Esperanto
Si partimos con nuestra argumentación afirmando proposiciones universales sobre la histeria por ejemplo, este punto de partida nos impediría afirmar una existencia, es decir que no garantizamos por esta vía la existencia de aquello sobre lo que enunciamos. Porque las proposiciones universales, pueden enunciarse sobre objetos que no existen, (los unicornios por ejemplo) y sin embargo son lógicamente verdaderas. El objeto queda en suspenso, porque quien enuncia no se ocupa de verificar la existencia. Son proposiciones que en sí mismas rechazan alojar (a un) sujeto, porque impiden en su universalización la afirmación de una existencia singular.
Cuando hablamos de casos, de estructuras, de cuadros, ¿hablamos de una práctica generalizable, afirmando algún universo? Si la respuesta es sí, lo hacemos a costa de borrar las marcas subjetivas, la constitución singular.
“El nombre del Esperanto en el campo psicoanalítico, es el discurso psicopatológico en tanto no deja lugar para el sujeto. Cuando las llamadas estructuras clínicas dejan de nombrar posiciones del sujeto para señalar modalidades de la enfermedad psíquica, el Psicoanálisis empieza a transitar el venturoso camino de la ciencia, la cual tiene como marca indeleble de nacimiento, el rechazo del sujeto.
Enfermedad mental, patologías de borde, trastornos, diagnósticos en términos del ser son algunos de los eufemismos utilizados por el Esperanto psicopatológico. El eufemismo implica la suspensión de la función subjetivante, filiatoria de la lengua“. (de un trabajo inédito de D. Kreszes)
La psicopatología aparece como un intento de transformar la práctica analítica en una suerte de ciencia, en donde en las gavetas ya dispuestas entre todo lo que se nos presenta.
Entran enfermedades, cuadros, estructuras, pronósticos y advertencias. Objetos, que el sujeto - psicopatólogo - ordena según una sistematización, que necesariamente se funda en la psiquiatría aunque disfrazada con nociones de Psicoanálisis.
Intentamos desechar el confort que supone un analista observador, alejándonos de la sistematización. Nuestro deseo da lugar a la incoherencia de la experiencia, y al sin sentido de los desechos de la vida mental.
La idea misma de diagnóstico basada en reconocer una enfermedad, y describir sus signos, es discutible en el quehacer analítico.
Reconocer para reconocernos, describir para constatar - lo que ya sabemos - no son las coordenadas convenientes, que puedan crear las condiciones necesarias para iniciar un análisis.
El acta de nacimiento de un análisis es en este sentido, el momento en que el ahora analizante ha concluido en el tratamiento de prueba, que ya no hay los analistas sino “mi analista” - inicio de la transferencia -; cuando para el analista se diluyen los obsesivos, las histéricas, etc. ; deseando que un sujeto de ese análisis pueda llegar a advenir.
Un singular: el síntoma
“La única definición filosófica posible de la violencia es que ésta acalla toda nueva pregunta.”(Vattimo).
Entonces ¿cuál sería la función de un posible diagnóstico psicoanalítico?
1. Intenta “descifrar a qué conflicto viene el síntoma a dar solución “(Sara Glasman). El síntoma brinda alguna solución transaccional, - pero como toda solución - fallida. Por eso la consulta.
2. Escuchamos las satisfacciones e insatisfacciones que se cristalizan en el síntoma, y cómo habita el analista en su núcleo - motor del análisis -. Este desciframiento incluye al lugar del analista en el cuadro. Una mirada que no es ni objetiva ni subjetiva, sino que calcula la presencia del analista en el análisis que dirige. Recortamos y construimos “una diversidad clínica que no existe como dato previo.”( Lili Baños).
3. Tratamos de distinguir si estamos incluidos en un síntoma, o si escuchamos el relato de un acting out, o de un pasaje al acto. Esta distinción (¿diagnóstica? ) Nos posibilitaría interpretar o no interpretar.
No participo del presagio que adivina y conoce certeramente el futuro, anunciando que si interpretamos, tal cosa indefectiblemente le ocurriría al paciente.
(Amenazas que inhiben y paralizan a los nuevos analistas: Si es una pre - psicosis no interpreten porque brotarían a los pacientes.! )
Nos “posibilitaría interpretar o no”, significa que el encadenamiento significante lleva a veces, necesariamente, a la interpretación. No es que conviene o no conviene, que hay que prevenir o que hay que impedir. Insisto, la secuencia significante lleva, en la transferencia a que el analista, si escuchó, diga o que no tenga nada que decir.
En este sentido no decidimos interpretar, mejor dicho, es una decisión, pero una decisión sin agente.
Hay interpretación o no la hay. No hay buenas ni malas. Sólo hay o no hay. Si es una interpretación es porque habrá sido una interpretación. Si un discurso, en transferencia, precipita que por boca del analista brote una interpretación, es porque el devenir de las asociaciones ha llevado ineludiblemente a la interpretación. Analista no es el que dice todo lo que se le ocurre.
La estructura: lo que se sustrae
Sostener que hay una clínica de los goces, de lo real, de los bordes, de las psicosis, del fantasma, de la angustia, por fuera del devenir transferencial y con clasificaciones estancas, no deja de ser un intento de construir un muro frente a la angustia. Querer saber antes - de que estalle la angustia - lo imposible de saber.
Al definir estructuras con mecanismos pre - establecidos volvemos sin querer (¿sin querer? ) a una clasificación, que no podría dejar de ser psiquiátrica.
A cada estructura, le corresponde un mecanismo. (Una definición de ingeniero! )
Esta afirmación no puede sostenerse seriamente. En la neurosis no hay renegación o forclusión? En la perversión no hay represión o forclusión? En la psicosis sólo hay forclusión? Condenados a errar cuando nuestra argumentación se aleja de la referencia metódica al edipo, al enmarcar la constitución del sujeto en el complejo de edipo y el complejo de castración, nos es imposible reducir la complejidad de la constitución subjetiva a un mecanismo. Unificar, clasificar, universalizar, son los ladrillos del muro que cierra el camino a la sorpresa concomitante a las formaciones del inconciente y a los efectos de la interpretación.
Relacionar el síntoma a la estructura, pensándolo como un epi - fenómeno de una estructura oculta más allá de lo evidente y con consistencia propia, recuerdan los recursos usados cuando en otros tiempos, no muy lejanos, se apelaba a enfermedades de base pero con interminables listas de rasgos (obsesivos, fóbicos, etc.) que matizaban la uniformidad, intentando explicar así lo que no entraba (por suerte!) en las clasificaciones consagradas.
¿Es posible establecer posiciones subjetivas, que no se sostengan en los ”mecanismos propios” de cada cuadro por fuera de la transferencia y de la demanda de análisis? O ¿podemos concluir un diagnóstico singular e irrepetible para otros casos?.
Un diagnóstico que desarticule y enrarezca lo establecido, como la clasificación que inventa la Enciclopedia china - en “El idioma analítico de J. Wilkins” de J. L. Borges -, al dividir a los animales en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados c) amaestrados d) sirenas e) perros sueltos f) que se agitan como locos g) que acaban de romper un jarrón h) que de lejos parecen moscas. Que enuncie que se trata de un paciente hasta ahora psiquiatrizado (conclusión “diagnóstica” de una supervisión), o el que con este dicho ha finalizado su análisis y se acaba de retirar, podría ser alentador y causante de nuevos pensamientos, de algún acto creativo.
La tarea del bricoleur tal como la describe y la piensa L. Strauss podría orientarnos. “El bricoleur es aquél que utiliza los medios de a bordo, los instrumentos que encuentra a su disposición alrededor de él, que están ya ahí, que no habían sido concebidos especialmente con vistas a la operación para la que él hace que sirvan y a la que se los intenta adaptar por medio de tanteos, no dudando en cambiarlos cada vez que parezca necesario hacerlo, o en ensayar con varios a la vez, incluso si su origen y su forma son héterogeneos.
El bricolage es mito poético. En contraposición al discurso epistémico, el discurso estructural sobre los mitos, el discurso mitológico debe ser él mismo mitomorfo, debe tener la forma de aquello de lo que habla.
En cambio el ingeniero es lo que L. Strauss opone al bricoleur.”( J.Derrida. El subrayado es mío)
El diagnóstico, como el Psicoanálisis que prefiero, es más afín al discurso mito poético que al epistémico; más cercano al mitomorfo - “las pulsiones son nuestra mitología” - que al de las fórmulas. El discurso “sobre” el inconciente, debiera tener la forma de aquello de lo que habla, es decir, que no es “sobre”. No es con instrumentos concebidos previamente para la tarea, con los que construimos los casos, sino con afirmaciones singulares ad hoc, siempre dispuestos a revisarlas.
Si el problema es la relación del sujeto al deseo, a la falta siempre singular, sería conveniente que los analistas, dejáramos de lado los intentos de unificar el campo teórico encontrando nuevamente, en un gesto aburrido, lo que ya conocemos.
Entonces no reducimos la teoría a un denominador común, ni a una medida que exista por fuera de los analistas, como un elemento positivo.
Si afirmamos que la teoría es ad hoc, abierta incompleta y variable, el lugar que “unificaría” el campo de acción es nuestra práctica, entre resistencia y transferencia. (Entre heces y orina hacemos la teoría) . Sería el lugar que identifica al analista en tanto practicante del análisis.
La experiencia del inconciente, que es según Lacan dispersa, diversa incluso divertida, sería paradojalmente en su singularidad, la fuente en donde abreva la teoría, es decir, las teorías. Teorías que incesantemente retornan sobre la práctica sin terminar de cercarla, definirla ni comprenderla, manteniendo la necesaria tensión entre dispersión y unificación.
El tiempo
“El arte es una actividad imposible desde el punto de vista social, porque su tiempo es otro; siempre se tarda demasiado, o demasiado poco, para hacer una obra.”
R. Piglia
Esta idea de Piglia sobre el tiempo en el arte la podríamos transponer a nuestra práctica. El tiempo del diagnóstico, si lo hubiera, y el del análisis, también es otro. Suspendiendo las respuestas, abrimos en el tiempo del análisis las llagas que las preguntas llevan, abriendo tiempos de transformaciones y elaboraciones.
Creer que se poseen los instrumentos previos indica un intento de estar precavidos, de una anticipación que horada la posibilidad de dar tiempo a la instalación de la transferencia. Para acercar a un paciente al análisis se necesita tiempo, imposible de fijar de antemano en el inicio así como al final del tratamiento. El Psicoanálisis es una experiencia dialéctica, a través del discurso, en el que la diacronía de la interlocución coloca en un devenir problemático a lo que se quiera establecer como estabilidad de cuadros o estructuras.
Dejamos caer adrede y por ahora, las estructuras con sus mecanismos, y con ellos la exigencia de establecer un diagnóstico anticipado, proponiendo pensar cada análisis en función de:
a. las creencias. Cree en las voces, o no. Cree que el síntoma le dice algo, o hay increencia.
b. del saber. Tiene la certeza que en alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos. O se pregunta por quién sabe, o por si hay saber.
c.. de la demanda. Si demanda ser demandado
d. de la angustia . Si es del Otro.
e. de la fobia Si la pensamos como placa giratoria en la constitución de todas las neurosis.
f. del tiempo. Si se eterniza en el tiempo para comprender, sin concluir jamás.
g. del goce. Si es del otro, o del Otro (si existiera).
Una lista incompleta que incluyéndose a sí misma no resuelve, ni responde a nuestro interrogante, y no clausura otras perspectivas posibles. Sin embargo, podría tener la virtud de inquietarnos en nuestra práctica cotidiana, abriendo cuestiones que si las damos por resueltas cristalizan un hábito - con el que vestirse - en el que los analistas nos reconocemos.
La práctica analítica tiene la riqueza y la creatividad que podemos encontrar en el tiempo del juego, en la tarea del bricoleur. Al enunciar la regla fundamental, sostenemos un juego serio que, como el inconciente freudiano, está estructurado como un chiste.

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