miércoles, 1 de diciembre de 2010

CUERPO EN EXCESO

“Cuando el individuo, a medida de su crecimiento, se libera de la autoridad de sus padres, incurre en una de las consecuencias más necesarias aunque también una de las más dolorosas que el curso de su desarrollo le acarrea...”
Freud S.(1907): La novela familiar del neurótico
CREENCIAS
1.
Durante el ritual, los mayores de la tribu se quitan las máscaras y se dan a conocer. Provocan con este acto una conmoción en los niños, que creían hasta ese instante en la existencia de los espíritus. Se les da a saber, mediante este ritual de iniciación, que esos espíritus no son tales, sino que eran sus mayores ocultos por máscaras (La otra escena ). Sorpresa y conmoción. La creencia vacila.
Manonni relata este ritual hopi para explicar que toda creencia necesita ser soportada por otro. De este modo invierte la dirección: son los niños quienes sostienen la creencia de los adultos, que sin el engaño a los niños, máscaras mediante, no podrían mantener sus propias creencias. Entonces, el engaño a los niños mantenido hasta el ritual de iniciación, es un elemento determinante, necesario para sostener la credulidad... de los adultos. Es el concepto de renegación (Verleügnung) el que explica la permanencia de las creencias.
La primera creencia mágica es la creencia en la existencia del falo. A pesar de haber descubierto la castración, “aun así”, el niño continúa creyendo que la madre posee falo. Esta creencia será el modelo, la matriz de todas las transformaciones sucesivas de las creencias.
Manonni relata que los niños, al dejar de sostener la creencia de los adultos, pasan ellos mismos a disfrazarse, para hacerles creer a los otros niños la existencia de los espíritus de la tribu. En este sentido hay un pase; un movimiento que comienza cuando el niño le sostiene al adulto su credulidad, y finaliza como crédulo que necesitará de otro niño. Adulto es aquel que sabe que los espíritus no existen, pero “aun así” su creencia permanece alienada en los niños.



2.
En La Lección 34 hemos encontrado una indicación de sumo interés para la práctica psicoanalítica con niños: “No hemos vacilado en aplicar la terapia analítica a aquéllos niños que mostraban síntomas neuróticos inequívocos o aparecían en vías de una evolución indeseable del carácter.”
Advierte, además, la aporía de los educadores: “es imposible dejarle al niño la libertad de seguir sin restricción alguna sus impulsos, les haría éste imposible la vida a sus padres y acarrearía además a los niños graves perjuicios. La educación tiene forzosamente que cohibir, prohibir y sojuzgar, pero este sojuzgamiento de las pulsiones trae consigo el peligro de la enfermedad neurótica, el poderío de una constitución violenta de las pulsiones nunca lo podrá suprimir la educación.” - No hay salida. Con mucha prohibición o sin prohibición, la sexualidad es traumática -.
Agrega: “El análisis de los maestros y educadores parece ser una medida más eficaz aun que el análisis de los niños y además menos difícil de llevar a cabo. Sabéis que nunca fui muy entusiasta de la terapia. Tiene sus triunfos y sus descalabros, sus dificultades y sus indicaciones”.
Un analista que decide tomar a un niño o a un púber en análisis, es porque ha concluido, a partir de las entrevistas (tiempo de comprender), esa indicación. Esta conclusión no ocurre por fuera de lo que se ha escuchado en las entrevistas con los padres. Negarse a atender a un púber podría resultar, en alguna ocasión, un acto que ahorrará desgastes inútiles, y que podría abrir nuevos interrogantes para quienes consultan.
En este sentido, contemplar las vicisitudes de las creencias, su sostenimiento, o su caída, es fundamental. ¿Cuál es el lugar que ocupaba el niño respecto de éstas y qué es lo que se ha arruinado con la llegada de la pubertad - con la eyaculación, con la menarca -?
Cuando Freud afirma que no ha vacilado en aplicar la terapia analítica a aquéllos niños que presentan síntomas neuróticos “inequívocos”, es porque escuchó quién padece. Una decisión. Lo inequívoco es la certeza del analista, de que el padecimiento es del niño o del púber, y sólo secundariamente de los padres.
3.
Rechazos y negativas de los púberes a las indicaciones de los padres, suelen ocurrir cuando la autoridad se les presenta descarnada. No es sólo la autoridad de quien ordena o la autoridad derivada del poder, sino la relación que establecen con las palabras de los padres (amados, idealizados). En una de las reuniones de los Miércoles, Freud interviene diciendo que la relación del chico con la palabra de los padres es traumática porque son los padres quienes transmiten la lengua. Le han enseñado a hablar y con las palabras, cree que le han enseñado también, los pensamientos. Su autoridad residiría en que el chico cree que ellos conocen, saben sus pensamientos.
Recordemos que el uso de la palabra "autoridad" remite a alguien que sabe de eso - es una autoridad, se dice - por lo tanto “liberarse de la autoridad de los padres” es concluir que ellos ya no saben, que entonces no lo sabían (a él), no conocían los pensamientos (de él). Ni siquiera saben lo que ellos mismos piensan.
No sólo han brindado pruebas de este desconocimiento sino que además los hijos comprueban que sus padres no están a la altura de sus palabras, de sus dichos. Sus enunciados no coinciden ni con las enunciaciones ni con sus acciones. Padecen síntomas.
En el epígrafe citado al comienzo, Freud afirma que es doloroso liberarse de la autoridad de los padres. Quizás, lo doloroso es dejar de ser soporte de la creencia de los padres. El dolor es tanto para el niño, que ya no lo es, como para los padres, que ya no lo tienen.
La creencia que quizás permanecía coagulada, fijada, vuelve a vacilar en el momento en que irrumpe el desarrollo sexual. Ese cuerpo que vivía ilusoriamente ajustado a esas creencias, que había sido latente, ahora late en otra dimensión en la que resalta el desajuste y la disarmonía, entorpeciendo con sus movimientos - fuera del territorio familiar - la “procustiana” adecuación a la ilusoria ecuación cuerpo = falo.
El inicio de la eyaculación (des)ubica al varón en una experiencia inédita, la sensación del orgasmo vendrá acompañada de esa sustancia nueva de la cual tampoco tenía experiencia, que lleva consigo el riesgo de la reproducción. Se impone una equivalencia entre satisfacción - orgasmo (pequeña muerte) - reproducción (que lleva a la muerte, es decir a la castración).

INMADUREZ
“No sabía a quién pertenecía: si a los que me respetaban o a los que me trataban de mocoso.” Ferdydurke - de W. Gombrowicz
1.
En la novela Ferdydurke , de W. Gombrowicz, el autor formula una tajante oposición a la categoría de la buena forma, de la forma acabada, desde lo que podríamos llamar un elogio a la inmadurez.
La inmadurez, nos transmite, es sinónimo de vida, de absurdo, de desmesura y barroco, mientras la madurez lleva a la fosilización, en definitiva a la muerte. Exhorta a los jóvenes a liberarse de las formas.
“Hay todo un mar de juicios que te definen, juicios de empleadas, de primas de abogados, de publicistas, de esposas de médicos; juicios que te crean en el alma de otro hombre, es como si uno naciera en un millar de almas estrechas” .
El héroe de la novela escucha atentamente en el colegio, los diálogos de sus compañeros; de quienes están cerca de los 12 años, con sus caras apasteladas y sus movimientos vacilantes, escucha que el tema principal de sus conversaciones es sobre los órganos sexuales; en cambio, para quienes se acercan a los 20 el tema excluyente es el de las relaciones sexuales.
Con J.Kristeva rechazamos la idea de que la adolescencia es una categoría de edad. Propone llamarla “estructura psíquica abierta”, porque se renuevan identificaciones y se cuestionan otras. Se trataría de una estructura de crisis, opuesta a otras en las que se supone una estabilización lograda. Le otorga a los habituales ejercicios de escritura en los adolescentes un lugar de práctica semiótica, un complemento fálico para organizar lo psíquico y apropiarse narcisísticamente del cuerpo.
2.
El despertar de la pubertad cuestiona lo logrado hasta el momento, lo ya identificado. Hay un intento paradojal, dificultoso, de apropiarse del cuerpo, que desde las zonas erógenas y del despertar sexual, se sustrae incesantemente a ese intento. Cuando irrumpe el sexo (exceso) y los jóvenes intentan relacionarse con otros, surge la desmesura y la angustia (defecto).
MASTURBACION
1.
La masturbación es el instrumento para tener un cuerpo propio, para dominarlo. Sin embargo, este instrumento puede derivar en exceso y compulsión; formar parte de lo indominado, de lo endemoniado, de lo que se impone excediendo la gratificación narcisista anhelada. La búsqueda compulsiva de gratificaciones narcisistas (masturbatorias) la pensamos como un intento renegatorio, de afirmación de una supuesta integridad -fálica- del cuerpo frente al desacople con que amenaza el inminente acoplamiento.
Los defectos de sus virtudes -nocividad- y las virtudes de sus defectos -utilidad- así llama Freud a esta doble faz de la masturbación.
Desde el caso Juanito sabemos que la irrupción de la genitalidad (falicidad) desordena la -buena- forma adquirida del cuerpo. Con la llegada de la pubertad el órgano fálico rompe - nuevamente - la imagen, y en el intento de hacer uno en la relación sexual, encuentra desproporción y angustia; exceso y defecto.
La buena forma - forma del círculo donde coincide el centro con el centro - no coincide con la esencia palpitante de la vida.

RELACION SEXUAL
1.
El despertar de la pubertad utiliza el material somático y psíquico ya existente: la elección de objeto ya fue efectuada a pesar de “no tener con qué” acceder al objeto. El desarrollo del yo y sus objetos no coincide con el desarrollo libidinal. Es a destiempo. Hay una excitación precoz del cuerpo, una constitución tardía del yo, una elección anticipada de objeto, y un cuerpo que responde sólo fragmentariamente, es decir, con sus zonas erógenas.
En la pubertad aparece una “intensa emoción erótica psíquica”, que intenta unificar los procesos somáticos y psíquicos que marchaban hasta ese momento inconexos. Esta intensa emoción no sólo está en relación a la maduración biológica del cuerpo, sino también a la relación que el púber establece con los juicios de los otros, con los otros cuerpos, con nuevas miradas que sitúan al cuerpo en otro lugar, ya no tan familiar. Encuentro con una falla que a los gritos denuncia lo inmaduro, lo informe que incesantemente aparece en las citas con la castración. El otro cuerpo es el terreno del desencuentro sexual, de la descomposición de una anhelada unidad, cuerpo de donde parten y al que se envían señales de angustia.
2.
En El Estadio del Espejo (1948) Lacan subrayaba la tensión original entre la realidad del cuerpo, la inmadurez y la Imago ideal que el cuerpo asume por identificación especular con la imagen anticipada. La relación entre el cuerpo y la imagen es asintótica, no coinciden. Nunca coincidirá plenamente la imago con la realidad del cuerpo. Las zonas erógenas, bordes del cuerpo, hacen fracasar el intento de esta imago de representar al cuerpo en su totalidad.
La llegada de la madurez sexual paradojalmente llama a la inmaduro que cuestiona lo acabado. Una repetición de la tensión entre la inmadurez y la buena forma (imagen narcisista).
El material somático y psíquico ya existente, no puede asimilar lo nuevo: el desarrollo sexual, porque no sutura la separación entre el cuerpo y la imago, ni la distancia entre el goce esperado y el alcanzado, con el cuerpo “propio” ni con los otros cuerpos. La satisfacción, a pesar de la adquisición de la función sexual, no deja de ser parcial.
La corriente unificadora sexual fracasa en lograr la representación de toda la sexualidad humana, así como el yo fracasa en su intento de olvidar los agujeros de las zonas erógenas.
3.
El Complejo de Castración es la marca de la distancia entre el cuerpo y su imagen (fálica-amable), es el responsable de la sustracción del cuerpo al goce materno. Esta operación no implica que se disponga de ese goce ni de ese cuerpo arrancado al cuerpo materno. Ubica al sujeto exiliado del cuerpo materno, pero a su vez, lo exilia del “propio” cuerpo; le hace perder lo que nunca tuvo, porque el cuerpo se constituye en una ecuación cuerpo = falo, que lo somete a una pérdida de propiedad. Al separar al goce del cuerpo, la castración impide habitar al goce como en la propia casa, lo reduce a territorio extraño en los síntomas. En este sentido, la constitución del síntoma es equivalente al modo de constitución del cuerpo. Ambos, cuerpo y síntoma, síntoma (en el) y cuerpo, son extraños, funcionan como cuerpos extraños. Territorios extra territoriales. Cuerpos infiltrados.
El planteo lacaneano de el síntoma o lo peor sostiene que si hay constitución del síntoma habrá un goce mitigado, sustitutivo, que converge con una función restitutiva, que limita a la palabra y al goce del Otro. Si no lo hay habrá lo peor: un goce cuyo único color sea el sacrificio.
Es justamente a partir de la pubertad que suelen irrumpir síntomas que antes estaban... latentes.


SILENCIOS
Irrumpe el sexo haciendo ruido, y sin embargo hay silencios. Silencios en los tratamientos, cuando el tratamiento es correctamente indicado, y silencios cuando el tratamiento fue apresuradamente indicado. Si se lo ha sometido al tratamiento, lo único que le queda es refugiarse en el silencio. Los silencios aparecen constantemente en la práctica con púberes, sin embargo no son todos iguales. Desde ese silencio descarnado, resistencial que grita “no soy yo el que debería estar aquí con Ud., por eso no hablo”, a otros, vergonzosos, que intentan ocultar masturbación y fantasías, o que indican una inhibición.
El reacomodamiento pulsional que sitúa a las pulsiones parciales en relación a la reproducción y a la muerte, actualiza un silencio mortífero que Freud no vacila en adjudicar a la pulsión de muerte, y que Lacan lo conceptualiza en relación a las pulsiones parciales y a la ligazón de la reproducción con la muerte. Silencio y autoerotismo son relacionados en esta brillante cita del Seminario XI: “En ciertos silencios vemos despuntar la instancia pura de la pulsión oral cerrándose en su satisfacción.”
Es necesario distinguir de qué silencio se trata.
JUEGOS
En el texto El Chiste y su relación con el Inconsciente Freud teoriza sobre el juego de palabras que realizan los niños con las palabras obteniendo una ganancia de placer en este juego: “Este placer, placer del ritmo, de la rima, va siéndole prohibido al niño cada día más por su propia razón, hasta dejarlo limitado a aquellas uniones de palabras que forman un sentido”. Ya dejan de jugar con las palabras tontamente, para armar sentido. Estos sentidos que el chico por su “razón” establece son conceptaulizados por Lacan como el “precipitado de la significación fálica”, precipitado de la constitución fantasmática que impide seguir jugando con las palabras. Agrega Freud: “Los adolescentes no se atreven a disparatar sin rebozo alguno, pero su tendencia a la actividad sin objetivo parece ser una derivación directa del placer de disparatar.”
Abandonan el juego de palabras, pero obtienen placer en las actividades que carecen de objetivos. Se usa ese placer residual en la capacidad de jugar.
Es importante el valor del juego con los púberes. No se trata a mi entender de jugar y punto, de acompañarlos en el juego para que hagan - si de niños se trata - su neurosis infantil, y en el caso de los púberes acompañarlos en este tiempo dificultoso de la pubertad. El juego no es el juego en sí mismo, sino que promovemos el juego para que pueda decir algo con y en el juego. El juego en sí mismo es interesante, es importante y necesario. Que un niño no juegue es sintomático, pero que sólo juegue en un análisis no es suficiente. Es importante pero no es suficiente porque es necesaria la intervención del analista en el juego. En algún momento por su boca una palabra irrumpe. En este sentido tomamos al juego como pre - texto, intentando hacer una lectura que transmute, lo que podría quedar como mera acción, en discurso.
Podemos en el juego mismo, decir algo que marque un borde en el que el juego deja de ser juego y sin embargo es juego ; jugando el analista dice algo - en transferencia - que dispara un paso de sentido. No es que ahora no se juega y se interpreta, sino que jugando, si se dice algo que una vez dicho sea una interpretación, posiblemente el juego que hasta ese momento se desplegaba en las sesiones se desgaste. El paciente resuelve jugar a otra cosa, o acepta con entusiasmo un juego nuevo que el analista propone. Es jugando pero “no es jugando”. Ese borde habría que resaltarlo, sino un analista queda reducido a un compañero imaginario de juegos. En el juego analítico, entre enunciado y enunciación damos lugar a la emergencia de una interpretación.
El sujeto del análisis - en su singularidad - no preexiste al juego sino que resulta de un movimiento entre juego y juego, entre la eficacia de la lectura de un juego y su acción en retardo sobre el primero.
En una ocasión le propuse a un paciente de quince años que trajera un juego. Trae el “Simon”, un juego con sonidos y colores que hay que reproducir, según va avanzando se complejiza la secuencia. Me ganaba siempre. Jugábamos, a veces hablábamos. Después de cierto tiempo, comienza a jugar además con un Nuntchaku, un arma ninja, que mueve delante de mis ojos con gran destreza.
Paulatinamente los movimientos se transforman, ya no son de ataque, ni de defensa, el enemigo se desvanece en el aire. Permanece de pie, concentrado, sumido en otra escena. Una vara queda bajo su axila, la otra unida por la cadena queda en su mano en posición vertical. Su mano comienza lentamente a dibujar con la vara un movimiento armónico en el aire, suave, acompasado. Cuál fue la sorpresa cuando me escucho diciendo lo que allí leo:
- estás dirigiendo la orquesta!
Fue ahí que se reveló una clave. Su padre que había muerto cuando él era muy pequeño, había sido director de orquesta. Y él jugando dirigía correctamente la orquesta imaginaria, como antes seguía a la orquesta del Simon. El juego que había elegido, ahora (después de jugar) adquiría texto.

.
DISCUSION
En el artículo La Transferencia a la Cantonade, E. Porge sostiene que el terreno de la infancia es el terreno de la prohibición del Edipo y que la pubertad es el encuentro con la imposibilidad. Agrega que en la infancia hay relación sexual y en la pubertad surge un saber con respecto a que no hay relación sexual.
Esta sucesión que Porge nos plantea entre prohibición e imposibilidad, es absolutamente arbitraria porque desconoce justamente que la prohibición es una manera de velar la imposibilidad (del goce). Se prohibe, no lo que se puede sino aquello que es imposible. Es decir que la prohibición hace que lo imposible sea fantasmáticamente posible.
Freud sitúa la imposibilidad en la infancia. Desde Tres Ensayos hasta El Final del Complejo de Edipo, sostiene que el Edipo sucumbe por una imposibilidad interna.
Es discutible la afirmación de que en la infancia hay relación sexual porque el chico es objeto del deseo de los padres, y que en la pubertad se encuentra con la imposibilidad de la relación sexual. La posibilidad de la relación sexual actualiza la imposibilidad de cerrar la distancia entre el placer hallado y el placer buscado. Actualiza, no inaugura.
Estos desarrollos de Porge son simétricos a la queja de la madre que dice que las cosas ya no son como antes. Una versión neurótica, nostálgica por lo que ya no hay, por lo que supuestamente había, según la creencia materna. Si lo que había era la equivalencia niño = falo , renegatoria de la castración, es esta misma equivalencia la que marca una distancia, una identidad imposible del niño con el falo. Hay equivalencia porque no hay identidad. Se inscribe la castración a condición de renegarla.
La afirmación de Porge tiene por supuesto consecuencias prácticas: sólo habría que acompañar al púber en el juego hasta que se inscriba “naturalmente” la imposibilidad de la relación sexual.
A pesar de estas afirmaciones, transmite la excelente idea de que hay intervenciones que, dichas a los padres pegan en los síntomas de los hijos.
En el transcurso de unas entrevistas por una niña con enuresis nocturna, los padres estaban muy angustiados. Cuando les pregunté durante las entrevistas qué más le pasaba a la niña, responden que a la niña le va bien en la escuela, juega, se lleva bien con su hermana, está bien. Tampoco se angustia por la enuresis. Para los padres, lo insoportable dicen, era que algo no funcionara bien. La cuestión era justamente que algo puede no funcionar bien. Por qué todo tiene que encajar perfecto?. Esto fue lo que se dijo y al poco tiempo la enuresis desaparece y el analista no conoce a la “enurética”, nunca llamó a la “enurética” al consultorio. La angustia era por no soportar que algo en ese cuerpo (familiar), no funcionara bien.
Fue una intervención “a la cantonade”, como dice Porge, dicha a los padres pero con resonancia en el cuerpo de la niña.

DANIEL RUBINSZTEJN

UN CHISTE SERIO

1.
Nuestra genealogía: El sujeto se constituye en el lugar del Otro - que es el conjunto de los significantes – pero específicamente su relación es con la falta del Otro. Esa falta no está dada. No se encuentra de una vez para siempre, sino que es una falta que se reencuentra en el movimiento de la repetición.
Esta falta -de significante- se revela en las preguntas del niño que provocan el mayor desasosiego en los padres. Se interroga así, no al Otro sino a los significantes que hay en el Otro, y a los intervalos que hay entre significantes, y que son la condición de posibilidad de los significantes mismos: su carácter discreto. “Lo característico del significante es poder sustituirse a si mismo, es de naturaleza sustitutiva con respecto a si mismo... hace de la sustitución su ley.”(Seminario 5)
Alienación y separación no son dos operaciones disjuntas engarzadas cronológicamente -primero la alienación y luego la separación-, sino que es una misma operación con dos caras articuladas: la alienación al significante implica la ubicación del sujeto entre significantes, pero al mismo tiempo separado de ellos.
El sujeto encuentra un significante de la falta en el Otro, que es a su vez significante de la falta del Otro en él.
“Este significante, este uno en más, que es a la vez el significante de la falta, es de lo que se trata y debe ser mantenido como esencial a la función de la estructura, en tanto nos interesa indudablemente, si seguimos la huella donde hasta el presente los he conducido: que el inconsciente está estructurado como un lenguaje” (Seminario 14, inédito).
La marca de este encuentro, de esta apropiación -siempre impropia- es el Superyo.
“Pero aun es necesario que el sujeto adquiera el orden del significante, lo conquiste, sea colocado respecto a él en una relación de implicación que lo afecte en su ser, lo cual culmina en la formación de lo que llamamos en nuestro lenguaje el Superyo” (Seminario 3).
El corte de la cadena significante es el único que verifica la estructura del sujeto como discontinuidad en lo real; huecos del sentido determinantes del discurso.
Cuando Lacan dice que su invento, el objeto a, no tiene objetalidad ni objetividad, que es sólo una letra, intenta subrayar de este modo, que hay algo que no puede ser integrado a un orden determinado por la red significante. El a se le atraganta al significante porque traduce la indeterminación. Indetermina lo determinado; objeto metonímico, en tanto causa, se presenta irreductible.
El sujeto se constituye como efecto, mortificación del significante en el cuerpo. Se puede afirmar que el significante es causa de sujeto. La letra a anota que en su división se constituye como no idéntico a sí mismo: así como el significante no es idéntico a sí mismo, el sujeto que es su efecto, tampoco lo es.
El significante - que no se significa a sí mismo -, que no es idéntico a sí mismo, produce un sujeto que coincide con esta auto-diferencia: la barra, el corte, la división misma, como lugar paradojal de hallazgo del sujeto.
El sujeto cuando se pregunta acerca de su deseo lo hace con los significantes del Otro, de esa patria significante de la cual siempre estará exiliado.
Cuando se pregunta por lo más propio lo hace con instrumentos “impropios”, que no le pertenecen . Se trata del tesoro de palabras de la lengua materna. Lo impropio no responde entonces por lo propio, solo lo ausenta más.
La estructura del nombre es la paradoja de las paradojas: se nombra a sí mismo con el nombre con el que ha sido nombrado. Lo más “propio” es el nombre que no se ha elegido. Así podemos ilustrar el exilio del sujeto respecto del significante, porque se nace en el campo del Otro. Separarse de ese campo y hacerlo con los elementos que el Otro ha dado… con lo mismo que (m)ata. Esta es la alienación del sujeto -diferente a la alienación especular-.
Además de estar exiliado el sujeto experimenta que no existe el Otro como un universo que tenga respuestas para el deseo: el deseo se constituye en el sujeto como lo que está oculto al Otro por estructura. Al Otro le está oculto, por estructura, su “propio” deseo.

2.
¿Qué entendemos por tomar la palabra? ¿Cómo es el pasaje del grito como pura expresión a la invocación? ¿Cómo un sonido se transmuta en palabra?
Lacan sostiene que para que el significante constituya al sujeto no es suficiente con su preexistencia, habrá hechos de discurso pero no sujeto, es necesario entonces que ocurra un dicho.
La pre-existencia del significante no es suficiente para dar cuenta de la constitución del sujeto.
El acto de palabra, una instancia preformativa, crea ex nihilo al sujeto, que al decir(se) precipita.
Y cuando digo se precipita no puedo evitar en pensar en caída, cae de algún lugar en el que aún no estaba (limbo) como cuando se dice en la lengua coloquial le cayó la ficha.
Tal vez por eso, a veces, no es sencillo distinguir lo que se denomina pasaje al acto, de acto.
Hay caída.
Se sale, a veces violentamente, de un lugar para hacer(se) otro.
Esto significa tomar la palabra: hacerse lugar. Cada vez que tomamos la palabra, la tomamos de algún lugar. ¿Dónde están las palabras antes que las tomemos? Ya lo dijimos: en el Otro. Pero, al tomarlas queda el Otro al menos sin una palabra.
En ocasión de contraer una deuda económica en el análisis una analizante dijo:
Si tuviera toda la plata del mundo le pagaría…
Dije: si tuviera toda la plata del mundo no me pagaría; porque en ese instante dejaría de tener toda la plata.
Freud relata un chiste que viene al caso a pesar que a nosotros no nos cause gracia:
-Has tomado un baño? Pregunta el primero
- Por qué?,falta alguno? Responde el segundo.
El juego significante, su deslizamiento, corre el acento en la palabra tomar. Ya no se trata de bañarse, acción reflexiva, si no de una actividad de sustracción, mejor dicho de extracción.
Efectivamente este chiste plantea que al tomar (agarrar en nuestro castellano porteño) al Otro le falta lo que se ha tomado.
El chiste como el fallido es un acto (performativo), se realiza en el momento que estalla la risa. Risa que dice que al Otro le falta en ese instante - aunque sea en ese instante - una palabra, la que desliza la significación y sorprende al oyente.
En el chiste (Vg.: familionario) hay descompletamiento del Otro: el neologismo es una producción con elementos acumulados del saber de la parroquia. Un término que hasta ese momento no estaba; este término de más, señala un de menos en lo que ya se sabia atesorado. Técnicamente se ha operado una sustracción al Otro, es decir una castración.
Freud llega a anticipar en el análisis de un ejemplo lo que será una de las leyes del significante lacaneano: la auto diferencia.
Comentando el chiste “es el primer vuelo=robo (vol, en francés) del águila”, dice que es una condensación que vuelve superfluo al sustituto, un efecto de condensación donde un mismo término se sustituye a sí mismo, siendo él mismo y el otro. Es un efecto de otredad de lo mismo: son las mismas palabras las que retornan como otras.
No se postula, entonces, una identidad originaria y una posterior división. El eje pasa por pensar la constitución misma, la genealogía del sujeto como dividida. No hay uno en el origen: el lugar está vacío; el lugar es ocupado por otro significante, por cualquiera. Hay metáfora originaria: algo en el lugar de nada. Si hubiera uno en el origen no habría metáfora. Lo esencial en la estructura significante es la sustitución, es su ley.
Para los lingüistas lo real remite al plano del enunciado y al problema de la denotación. Para Lacan lo real pone en juego la enunciación ligada al goce y al deseo, en los actos de habla que mortifican al cuerpo hablante (y por lo tanto la voz como objeto).
La voz acompaña la noción de significante, al que se le atribuye una sonoridad (pulsión invocante: grito), aun cuando sólo sea leído.
BIBLIOGRAFIA
Lacan, J.: El Seminario 3, La psicosis, Paidós, Barcelona, 1984.
Lacan, J.: El Seminario, 5 Las formaciones del inconsciente, Paidós, Bs. As. 2007