lunes, 17 de enero de 2011

LA INTERPRETACIÓN, UN ABUSO

Mil adjetivos sobre el goce no lo describirían, el único enfoque del goce es la metáfora, o más exactamente la catacresis: metáfora (quiere decir: transferencia, transporte) defectuosa, en la cual el término denotado no existe en la lengua .

Existe una figura retórica que restituye el vacío del término comparado cuya existencia está enteramente sometida a la palabra del término comparante: es la catacresis, figura fundamental quizá mucho más que la metonimia, puesto que habla alrededor de un término comparado vacío (no hay otra palabra posible para denotar las alas del edificio y sin embargo es inmediatamente metafórico) .

Catacresis es un tropo, es decir, una figura retórica mediante la que se otorga a una palabra un sentido traslaticio para designar a una cosa que carece de nombre. Por ejemplo: hoja de la espada, alas del edificio, ojo de la cerradura. Carece de nombre y, en un sentido traslaticio, por ejemplo, ojo de la cerradura viene a nombrar algo que en sí carece de nombre. Es un término figural porque la puerta no tiene ojo, ni el edificio tiene alas. Hay un llamado a otras palabras para que concurran a ocupar el lugar del nombre que no hay. En la medida que no haya término literal, habría catacresis que, etimológicamente, significa abuso del lenguaje.
A través de este abuso -la nominación catacrética- se escribe en el lenguaje algo que hasta allí era innombrable, no poseía término literal. Este término sustituye... nada, porque no hay una palabra que sea sustituida a ese término. La metáfora es la sustitución de un significante por otro, pero “ojo de la cerradura” ¿a qué otra palabra sustituye? En este sentido, se trataría de una metáfora originaria: la inscripción de un significante, pero no en el lugar de otro sino en el lugar de nada.
La metáfora introduce la pérdida de lo propio, despoja la individualidad. El hombre no puede tener más que representaciones y todas ellas son impropias, entonces todas serían catacréticas.
Agamben dice en Estancias que “Nada se sustituye a nada porque no existe un término propio que el metafórico sea llamado a sustituir. Hay una dislocación y una diferencia en el interior de un único significar. En una metáfora originaria sería inútil buscar algo así como un término propio. La dislocación metafórica no sucede entre lo propio y lo impropio sino que es una dislocación de la misma estructuración del significar: la recíproca exclusión del significante y el significado.”
Afirma que el significante sustituye a otro significante, y que se trata de un juego entre significantes porque el significado es un significante en posición de significado. Sostiene que “lo humano es fractura de la presencia que abre un mundo y sobre el cual se sostiene el lenguaje”. Rechaza así alguna reciprocidad de la palabra con el objeto y subraya la inadecuación de la palabra al mundo, inadecuación del lenguaje.
Se podría afirmar, a partir de definir catacresis como abuso del lenguaje, que todas las figuras retóricas, y la metáfora por supuesto, son abusos del lenguaje. Es inherente a su uso el abuso.
“El gato hace guau-guau, el perro hace miau-miau. He aquí de qué modo deletrea el niño los poderes del discurso... e inaugura el pensamiento de la cosa”.
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En “Psicoterapia de la histeria” (1896) , Freud escribe que “... habremos de suponer que se trata realmente de ideas que no han llegado a existir; esto es, de ideas para las cuales sólo había una posibilidad de existencia, aceptando así que la terapia consistiría en la realización de un acto psíquico no cumplido”.

Lacan a su vez se ha formulado la misma interrogación: ¿dónde está el deseo, dónde está el inconsciente antes que sea nombrado en el análisis, antes de la interpretación? Responde: en el limbo de la abortadora. Habrá estado sin un lugar...aún. El inconsciente no es ser ni no ser, sino lo no realizado, es el análisis el que tendrá a su cargo que se realice, que se articule, que se diga. Pero a su vez, eso que se dice, tendrá un defecto, que es falla fundamental, por la inadecuación del lenguaje para decir el cuerpo sexuado.
Sitúa de este modo a la interpretación analítica en un relieve que deseo relacionar con lo ya expuesto sobre la catacresis. La interpretación analítica, tendría la dimensión de una nominación catacrética. Es decir, que al poner en juego al Nombre-del-Padre, al padre como término, se conmueve la relación con el lenguaje, se releva la inadecuación para decir la indeterminación del ser, para decir al cuerpo sexuado.
Cuando una interpretación es tal, presentifica esta relación (de no-relación) del sujeto al lenguaje: revela la impropiedad de la palabra. Toda la relación del sujeto al lenguaje queda en suspenso, se conmueve en ese instante, por esta referencia necesaria al Nombre-del-Padre que pone en juego el límite, la potencia del límite de la palabra (límite al poder de la palabra), que a su vez hace posible la eficacia de la interpretación. Pensar la interpretación como nominación catacrética, nos aleja de una asimilación de la función padre a cualquier pensamiento religioso porque resalta su inconsistencia. Es la presentificación, por boca del analista, de algún nombre (a veces es sólo el silencio!) que nombra lo que carece de nombre. Como dice Barthes ni mil adjetivos sobre el goce lo describirían, el único enfoque del goce es la metáfora defectuosa que lo incluye… excluyendo.
En el transcurso de un análisis quizás no haya tantas interpretaciones; son momentos privilegiados que cuando ocurren, efectivamente, las cosas ya no son como eran antes. Incluso, a partir del acto analítico, de la interpretación, nace un nuevo sujeto que ya no es el que era antes. Analista - como portador de la función de la palabra - y analizante restan modificados. Sin embargo este nacimiento es mortífero porque presentifica la muerte: el acto analítico realiza en el co-surgimiento de sujeto y analista, que este último decline, en el mismo acto, su lugar. Del lado del analizante, el acto presentifica la castración en tanto este nacimiento no le otorga sustancia, ni permanencia alguna.
Es un co-surgimiento sin reciprocidad.

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