lunes, 3 de marzo de 2014

Sujeto/hablanteser

El hombre, desde el momento en que habla, está ya implicado en su cuerpo por la palabra. J. Lacan Introducción Tal vez, la expresión sujeto deseante opaca la presencia del cuerpo como territorio en donde el deseo se despliega. El deseo es entre cuerpos implicados por la palabra, cuerpos deseantes. Vamos a dejar caer, por un momento, la noción hablanteser, porque preferimos hablar de cuerposhablantes En la respuesta de J.Lacan a M.Ritter , podemos leer: “el deseo del hombre es el infierno” y agrega al final: “no desear el infierno es una forma de resistencia.” Antes de arribar a esta conclusión recorre en su respuesta la pulsión de muerte, renovando su lectura de los textos de Freud: el analista invoca a los espíritus del Averno para interrogarlos, no para huir con desesperación. La presencia del analista implica al cuerpo (¿cadáver - lugar del muerto?) con sus silencios y sus ritmos, la respiración y el movimiento, la voz y la entonación, la torpeza, la mano que se extiende, saluda, cobra. Las expresiones “asumir el deseo, encontrar su deseo, actuar conforme a su deseo”, circulan, se escriben, se oyen, y se repiten. ¿Están en los textos de Lacan? Alguna si... Comencemos por analizar lo que parecería más sencillo. Al enunciar su deseo, se introduce un equívoco, porque su indica una ilusión de apropiación, de posesión. Deseo, tampoco escapa al equívoco porque puede presentarse como sustantivo (el deseo), o en tanto verbo (yo deseo). Como verbo conjugado en primera persona es un contrasentido, incluso in-pronunciable porque yo no desea. Sólo se resolvería en el infinitivo desear, que carece tanto de agente como de una referencia precisa al tiempo, porque desear indica un tiempo en suspenso, un presente que se precipita en un futuro que tal vez habrá sido. Como sustantivo, insistimos en que el encuentro con el deseo, que siempre (siempre!) es del Otro, es infernal. Todas las vestiduras, los ropajes y disfraces se deshacen y con ello hasta el cuerpo parece derretirse (separtirse, inventa Lacan). ¿En qué se sostiene? Y la respuesta, cuando se hace esperar, deviene angustia . El deseo revela el despedazamiento del cuerpo propio. Son partes del cuerpo las que están comprometidas en el dese(a)r, lo cual significa que sólo somos objetos del deseo en cuanto cuerpos. Sujeto en el deseo Por instantes, suponemos un sujeto , y le atribuimos un deseo (del sujeto). La preposición del, también introduce un equívoco. El deseo, ¿es del sujeto? Tal vez del indica una dirección, entonces decimos que del deseo se es objeto, se es deseado. Sería más apropiado enunciar: el sujeto en el deseo (que es del Otro). “…la segunda parte del camino debe conducirnos de la frustración a esa relación a definir que constituye como tal el sujeto en el deseo, y ustedes saben que es allí solamente que podremos articular convenientemente la castración.” Al afirmar que se trata de un “sujeto que desea sexualmente”, resaltamos que hay cuerpo, zonas erógenas, pulsión. La función sujeto no es sin cuerpo porque se constituye como efecto de la mortificación del significante en el cuerpo. Es ésta la implicación mencionada en el epígrafe. Tres nociones se articulan: deseo-castración-goce; pensar cierta autonomía de alguna de ellas nos podría llevar a un territorio de existencias en sí, fuera de coordenadas de interrelación. Se entrecruzan haciendo-perdiendo-cuerpo. En la repetición, el deseo insiste en el -fallido- intento de acoger la imposibilidad de goce. Justamente es esa imposibilidad la que su devenir escribe. Al Otro le falta el goce (castración). La ley del deseo opera como barrera que obstruye el acceso a la Cosa. El goce queda allí, del lado de la Cosa. Y el deseo siempre del lado del Otro . Entre ambos: la angustia (de castración). Tenemos miedo de nuestro cuerpo. Es lo que manifiesta la angustia que se sitúa en nuestro cuerpo, es el sentimiento que nos asalta por quedar reducidos a cuerpo. La angustia del cuerpo, en el cuerpo, es el punto de contacto, de pasaje entre el deseo y el goce. Freud pensaba que el síntoma es un cuerpo infiltrado, extraño. Lo esencial del cuerpo es que siempre es extraño, lugar privilegiado de lo irresoluble, más impropio que propio, existe en tanto infiltrado del deseo, de la pulsión, de Eros. Hablanteser Algunos lectores de Lacan sostienen que en los últimos seminarios la noción hablanteser sustituye a sujeto, porque acentúa, indican, la relación con el goce y no con el deseo. En el seminario 6 (El deseo y su Interpretación), aunque Lacan no la mencione explícitamente, ya está presente: “El sujeto del Wunsch se satisface, pongo ahora ese sujeto entre paréntesis, y todo lo que nos dice Freud es que es un Wunsch quien se satisface. Se satisface del ser, del ser que se satisface: una satisfacción verbal. ¿El ser que se satisface puede ser tomado por el lado sustancial? No hay otra cosa sustancial en el ser que esa palabra misma, el se satisface del ser, no podemos tomarlo por lo que es del ser, si no es al pie de la letra. (l`étre – lettre)” . Se trata de un juego de palabras por homofonía, entre ser, letra y carta. El ser está en la letra, que se inscribe y se lee en el cuerpo. La expresión pie de la letra relaciona al cuerpo, pie, con la letra. Al decirlo, la letra se corporiza, marca al cuerpo que crece desde el pie. Habíamos dejado caer, por un instante, la expresión hablanteser, la retomamos ahora para decir que se habla con y en el cuerpo a la espera de una satisfacción verbal. Cuerpo que al hablar se parte, parte (a otro) y que parte (se irá por siempre) en un final de partida, encuentro entre los cuerpos que al desear(se) parten. Tal vez no se trate de una elección excluyente entre sujeto o hablanteser. Hay disyunciones inclusivas, acentos, incluso tensiones y exageraciones en la argumentación. Hablar del sujeto en tanto efecto, o en relación con el fantasma, o en tanto ataca la cadena significante porque está harto de buscar algún significante que lo represente, no se contrapone con la búsqueda desesperante de alguna satisfacción verbal (siempre sustitutiva). El neologismo hablanteser no reintroduce lo que Lacan ya había extraído al plantear la falta en ser como esencial al deseo. ¿Qué hay del ser en hablanteser? Lo que no cesa de perderse por ser hablante. Si acaso hablar de goce, así, a secas, reintroduce algo del ser, preferimos subrayar la noción plus de goce porque implica un más (plus), que sugiere pérdida e intentos fallidos de recuperación. Mirada “Los ojos de los seres vivos poseen la más sorprendente de las virtudes: la mirada. Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los que no: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada. La mirada es una elección. El que mira decide fijarse en algo y por consiguiente a la fuerza elige excluir su atención del resto de su campo visual. Esa es la razón por la cual la mirada, que constituye la esencia de la vida, es, en primera instancia, un rechazo. Vivir significa rechazar. Aquel que todo lo acepta vive igual que el desagüe de un lavabo. Para vivir es necesario ser capaz de renunciar a algo y elegir interesarse o bien por mamá o bien por el techo. La única mala elección es la ausencia de elección: Ser un lavabo al que le falta el tapón. Es repetir sin cesar una única palabra: si.” Nuestra autora formula un elogio del rechazo, una palabra que constituye a quien la enuncia: no. Rechazo y exclusión, mirada que al recortar, hace vida. No ser, es una (ausencia de) elección: ser un lavabo. A partir de la negación se escribe la diferencia entre un si y un no, una alternancia que es hija del rechazo. Se trata de una mirada que casi…habla. Dos vocablos que recortan el mundo, una diferencia que es la célula viva, palpitante de la ley del lenguaje. Porque sin rechazo sólo se es un lavabo sin tapón. Nuestra vida deseante está siempre marcada por modelos visuales coloreados por el fantasma. La mirada mira , causa el deseo, implica al deseo del Otro. Causa de vida: me mira = me llama = me desea. Situada entre el sujeto y el Otro, funciona como un amboceptor causando el deseo en estos dos campos. La mirada no ve pero mira, desea. Se acentúa la posición del darse a ver al deseo del Otro, que deja al sujeto formando parte de una escena para la que no existe la reciprocidad del verse tal como se supone visto. La mancha revela que la mirada puede ser causa porque su presencia arruina la posibilidad de representar alguna totalidad. La mancha mira y mirando mancha al Otro. Conclusión Lacan afirmaba que para gozar hace falta un cuerpo, podemos parafrasearlo y agregar que para desear también. Del mismo modo, cuando sostiene que la dimensión del goce para el cuerpo es la del descenso hacia la muerte , insistimos que para desear es necesario el descenso hacia el infierno (Katábasis). Sin este pase por esta dimensión, las fórmulas “asumir el deseo, encontrar su deseo, actuar conforme a su deseo”, son sólo declaraciones que no anclan en el corazón de nuestro (des)ser.

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