lunes, 3 de marzo de 2014

Sujeto/hablanteser

El hombre, desde el momento en que habla, está ya implicado en su cuerpo por la palabra. J. Lacan Introducción Tal vez, la expresión sujeto deseante opaca la presencia del cuerpo como territorio en donde el deseo se despliega. El deseo es entre cuerpos implicados por la palabra, cuerpos deseantes. Vamos a dejar caer, por un momento, la noción hablanteser, porque preferimos hablar de cuerposhablantes En la respuesta de J.Lacan a M.Ritter , podemos leer: “el deseo del hombre es el infierno” y agrega al final: “no desear el infierno es una forma de resistencia.” Antes de arribar a esta conclusión recorre en su respuesta la pulsión de muerte, renovando su lectura de los textos de Freud: el analista invoca a los espíritus del Averno para interrogarlos, no para huir con desesperación. La presencia del analista implica al cuerpo (¿cadáver - lugar del muerto?) con sus silencios y sus ritmos, la respiración y el movimiento, la voz y la entonación, la torpeza, la mano que se extiende, saluda, cobra. Las expresiones “asumir el deseo, encontrar su deseo, actuar conforme a su deseo”, circulan, se escriben, se oyen, y se repiten. ¿Están en los textos de Lacan? Alguna si... Comencemos por analizar lo que parecería más sencillo. Al enunciar su deseo, se introduce un equívoco, porque su indica una ilusión de apropiación, de posesión. Deseo, tampoco escapa al equívoco porque puede presentarse como sustantivo (el deseo), o en tanto verbo (yo deseo). Como verbo conjugado en primera persona es un contrasentido, incluso in-pronunciable porque yo no desea. Sólo se resolvería en el infinitivo desear, que carece tanto de agente como de una referencia precisa al tiempo, porque desear indica un tiempo en suspenso, un presente que se precipita en un futuro que tal vez habrá sido. Como sustantivo, insistimos en que el encuentro con el deseo, que siempre (siempre!) es del Otro, es infernal. Todas las vestiduras, los ropajes y disfraces se deshacen y con ello hasta el cuerpo parece derretirse (separtirse, inventa Lacan). ¿En qué se sostiene? Y la respuesta, cuando se hace esperar, deviene angustia . El deseo revela el despedazamiento del cuerpo propio. Son partes del cuerpo las que están comprometidas en el dese(a)r, lo cual significa que sólo somos objetos del deseo en cuanto cuerpos. Sujeto en el deseo Por instantes, suponemos un sujeto , y le atribuimos un deseo (del sujeto). La preposición del, también introduce un equívoco. El deseo, ¿es del sujeto? Tal vez del indica una dirección, entonces decimos que del deseo se es objeto, se es deseado. Sería más apropiado enunciar: el sujeto en el deseo (que es del Otro). “…la segunda parte del camino debe conducirnos de la frustración a esa relación a definir que constituye como tal el sujeto en el deseo, y ustedes saben que es allí solamente que podremos articular convenientemente la castración.” Al afirmar que se trata de un “sujeto que desea sexualmente”, resaltamos que hay cuerpo, zonas erógenas, pulsión. La función sujeto no es sin cuerpo porque se constituye como efecto de la mortificación del significante en el cuerpo. Es ésta la implicación mencionada en el epígrafe. Tres nociones se articulan: deseo-castración-goce; pensar cierta autonomía de alguna de ellas nos podría llevar a un territorio de existencias en sí, fuera de coordenadas de interrelación. Se entrecruzan haciendo-perdiendo-cuerpo. En la repetición, el deseo insiste en el -fallido- intento de acoger la imposibilidad de goce. Justamente es esa imposibilidad la que su devenir escribe. Al Otro le falta el goce (castración). La ley del deseo opera como barrera que obstruye el acceso a la Cosa. El goce queda allí, del lado de la Cosa. Y el deseo siempre del lado del Otro . Entre ambos: la angustia (de castración). Tenemos miedo de nuestro cuerpo. Es lo que manifiesta la angustia que se sitúa en nuestro cuerpo, es el sentimiento que nos asalta por quedar reducidos a cuerpo. La angustia del cuerpo, en el cuerpo, es el punto de contacto, de pasaje entre el deseo y el goce. Freud pensaba que el síntoma es un cuerpo infiltrado, extraño. Lo esencial del cuerpo es que siempre es extraño, lugar privilegiado de lo irresoluble, más impropio que propio, existe en tanto infiltrado del deseo, de la pulsión, de Eros. Hablanteser Algunos lectores de Lacan sostienen que en los últimos seminarios la noción hablanteser sustituye a sujeto, porque acentúa, indican, la relación con el goce y no con el deseo. En el seminario 6 (El deseo y su Interpretación), aunque Lacan no la mencione explícitamente, ya está presente: “El sujeto del Wunsch se satisface, pongo ahora ese sujeto entre paréntesis, y todo lo que nos dice Freud es que es un Wunsch quien se satisface. Se satisface del ser, del ser que se satisface: una satisfacción verbal. ¿El ser que se satisface puede ser tomado por el lado sustancial? No hay otra cosa sustancial en el ser que esa palabra misma, el se satisface del ser, no podemos tomarlo por lo que es del ser, si no es al pie de la letra. (l`étre – lettre)” . Se trata de un juego de palabras por homofonía, entre ser, letra y carta. El ser está en la letra, que se inscribe y se lee en el cuerpo. La expresión pie de la letra relaciona al cuerpo, pie, con la letra. Al decirlo, la letra se corporiza, marca al cuerpo que crece desde el pie. Habíamos dejado caer, por un instante, la expresión hablanteser, la retomamos ahora para decir que se habla con y en el cuerpo a la espera de una satisfacción verbal. Cuerpo que al hablar se parte, parte (a otro) y que parte (se irá por siempre) en un final de partida, encuentro entre los cuerpos que al desear(se) parten. Tal vez no se trate de una elección excluyente entre sujeto o hablanteser. Hay disyunciones inclusivas, acentos, incluso tensiones y exageraciones en la argumentación. Hablar del sujeto en tanto efecto, o en relación con el fantasma, o en tanto ataca la cadena significante porque está harto de buscar algún significante que lo represente, no se contrapone con la búsqueda desesperante de alguna satisfacción verbal (siempre sustitutiva). El neologismo hablanteser no reintroduce lo que Lacan ya había extraído al plantear la falta en ser como esencial al deseo. ¿Qué hay del ser en hablanteser? Lo que no cesa de perderse por ser hablante. Si acaso hablar de goce, así, a secas, reintroduce algo del ser, preferimos subrayar la noción plus de goce porque implica un más (plus), que sugiere pérdida e intentos fallidos de recuperación. Mirada “Los ojos de los seres vivos poseen la más sorprendente de las virtudes: la mirada. Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los que no: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada. La mirada es una elección. El que mira decide fijarse en algo y por consiguiente a la fuerza elige excluir su atención del resto de su campo visual. Esa es la razón por la cual la mirada, que constituye la esencia de la vida, es, en primera instancia, un rechazo. Vivir significa rechazar. Aquel que todo lo acepta vive igual que el desagüe de un lavabo. Para vivir es necesario ser capaz de renunciar a algo y elegir interesarse o bien por mamá o bien por el techo. La única mala elección es la ausencia de elección: Ser un lavabo al que le falta el tapón. Es repetir sin cesar una única palabra: si.” Nuestra autora formula un elogio del rechazo, una palabra que constituye a quien la enuncia: no. Rechazo y exclusión, mirada que al recortar, hace vida. No ser, es una (ausencia de) elección: ser un lavabo. A partir de la negación se escribe la diferencia entre un si y un no, una alternancia que es hija del rechazo. Se trata de una mirada que casi…habla. Dos vocablos que recortan el mundo, una diferencia que es la célula viva, palpitante de la ley del lenguaje. Porque sin rechazo sólo se es un lavabo sin tapón. Nuestra vida deseante está siempre marcada por modelos visuales coloreados por el fantasma. La mirada mira , causa el deseo, implica al deseo del Otro. Causa de vida: me mira = me llama = me desea. Situada entre el sujeto y el Otro, funciona como un amboceptor causando el deseo en estos dos campos. La mirada no ve pero mira, desea. Se acentúa la posición del darse a ver al deseo del Otro, que deja al sujeto formando parte de una escena para la que no existe la reciprocidad del verse tal como se supone visto. La mancha revela que la mirada puede ser causa porque su presencia arruina la posibilidad de representar alguna totalidad. La mancha mira y mirando mancha al Otro. Conclusión Lacan afirmaba que para gozar hace falta un cuerpo, podemos parafrasearlo y agregar que para desear también. Del mismo modo, cuando sostiene que la dimensión del goce para el cuerpo es la del descenso hacia la muerte , insistimos que para desear es necesario el descenso hacia el infierno (Katábasis). Sin este pase por esta dimensión, las fórmulas “asumir el deseo, encontrar su deseo, actuar conforme a su deseo”, son sólo declaraciones que no anclan en el corazón de nuestro (des)ser.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

AL MARGEN

1.
La relación de nuestra práctica, el psicoanálisis, con la institución universitaria es tan difícil de pensar, como su relación con cualquier institución, es decir, con cualquier discurso instituido, incluido el del psicoanálisis mismo.
Creo que no nos serviría, en esta ocasión, intentar recorrer alguna característica de los cuatro discursos que plantea Lacan y realizar algún tipo de distribución de los mismos.
Tal vez, la tensión entre lo ya instituido y lo instituyente sea una vía adecuada para nuestro pensamiento.
Sabemos que la institución coagula, ancla un funcionamiento de acuerdo a reglamentos, muchas veces consensuados entre sus miembros. Eso crea una dinámica de relaciones que se sostienen… ¿cómo decirlo? en la represión. De eso no se habla, que aquello no se diga, que las jornadas, que la revista, que si ofrezco o que si doy y que me dan….
Inhibición y represión. Junto a la obediencia le otorgan al discurso institucional las coordenadas de tiempo y espacio en las que los cuerpos se estabilizan en una extraña inmovilidad. No necesitan muchas satisfacciones; impera la satisfacción de obedecer . Como sonámbulos hacen del dormir una consigna adorable. Cuerpos hipnotizados que aman al amo.
La institución no conoce el duelo. Si hay renuncias, hay ingresos; una sustitución que cuida y vigila el dormir.
Para hacer posible lo imposible.
Lo que resulta es el síntoma, el retorno de lo reprimido, lo que no anda en lo instituido. Es lo que ocurre…necesariamente.


2.
Su revés es nuestra práctica y su única regla: diga todo lo que se le ocurra, sin censura. Practicamos al garantizar esta regla, que no es reglamento, las contingencias de lo imposible. El fallido nos guía.
El valor de lo instituyente, es que cuestiona lo establecido, mueve el ancla hacia otro lugar. Lo esencial es el movimiento y no hacia donde se dirige. En el instante del movimiento: angustia, tal vez horror. “No saben que les traemos la peste” confesó Freud a su llegada a EEUU.
Pero lo necesario y su juntura con lo posible, es decir, la institución, se las arregla para que la peste se asemeje a un suave dolor de cabeza, a un mínimo malestar, a que ya no conmueva. Que poco o nada se mueva.
Pero lo que resulta es el síntoma.


3.
Alguna vez leí, que Nietzsche decía que profesores hay muchos, pero que maestros muy pocos. Y cuando tenía la ocasión, si decía que tal era un buen profesor, era casi un insulto.
Maestro tiene otra dimensión. Tal vez mueve, conmueve, hasta (se) angustia con sus pensamientos. No repite, no enseña lo que otros dijeron, dice su lectura.
No es ordenado, el programa se le cae. Es disperso y diverso, quizás divertido (como el inconsciente). Los alumnos, es decir quienes lo nombran maestro, ni siquiera sacan buenas notas. Se confunden, se emocionan, se aturden.
¿Qué dice un maestro cuando irrumpe su lectura?
Lo que no puede explicar, sus muchas vacilaciones y alguna certeza. Lo que no ha podido asimilar. Sus preguntas que (lo) inquietan. No enseña, deja aprender.
Don de lo no pensado.
“Ellos me enseñaron lo que no sabían” , dice Freud de sus maestros, cuando subraya el valor de la sexualidad en la configuración de los síntomas.
Una flecha atraviesa el aula, una idea, un silencio. Una corriente de aire, una melodía distinta.
Sus palabras acarician el malentendido, con sus silencios se declara culpable por la fuga del (buen) sentido.
“Da su palabra y se rompe” …hasta la próxima.

EXITO Y FRACASO

“se podría considerar que lo que provoca la neurosis es un accidente del Edipo…pero…se puede plantear la pregunta ¿hay neurosis sin Edipo?” j. Lacan, Sem.V

La metáfora paterna, como el Complejo de Edipo, es un mecanismo de constitución… de la neurosis.
Creo que hay que disolver el malentendido, no obstante corriente, que supone que hay neurosis porque algo anduvo mal en el Complejo de Edipo y/o en la metáfora paterna.
La metáfora paterna fallida no es la neurosis — todo lo contrario, la neurosis es metáfora paterna “exitosa”.
Lo de "exitosa" se debe a que se suele afirmar que la neurosis se debe a una falla de o en la metáfora paterna. Neurosis es metáfora paterna exitosa.
La lógica del significante es presencia o ausencia. Tanto para la metáfora paterna como para la forclusión, se trata de todo o nada: o hay o no hay. O hay forclusión o hay Afirmación primordial. Entonces, forclusión es una operación que se hace sobre un significante, la lógica que pone en juego es de todo o nada, no hay media forclusión, porque el significante no funciona por partes, hay o no hay :
No hay: psicosis.
Hay: neurosis… no normalidad.
Toda metáfora es exitosa, aunque fracasada porque deja un resto no metaforizable…su misma existencia de metáfora dice de lo que queda inexorablemente afuera.

Si situamos la dinámica de la represión podemos hablar, más legítimamente, de "exitosa" o "fallida". Lo sabemos: no hay éxito en la represión, hay tres tiempos y el tercero, el retorno, es el reverso, el destino inexorable del primero.
Así, en el chiste "famillonario" hay metáfora "exitosa" porque un significante, "famillonario", sustituye a otro significante, "familia", pero fracasa como represión, como siempre ocurre, porque en "famillonario" se transparenta "familia". Entonces, el éxito de la metáfora es también el del fracaso de la represión, es formación del síntoma como metáfora (vg.: fobia).
Lo anterior sólo es anterior retroactivamente, porque es significado por el síntoma como metáfora, es decir como sustitución. ¿Qué había antes? … habría que aplicar la misma lógica del diferimiento de la represión, del après coup.
***
TOMAR LA PALABRA
¿Qué entendemos por tomar la palabra? ¿Cómo es el pasaje del grito como pura expresión a la invocación? ¿Cómo un sonido se transmuta en palabra? Lacan sostiene que para que el significante constituya al sujeto no es suficiente con su preexistencia, habrá hechos de discurso pero no sujeto, es necesario entonces que ocurra un dicho. La pre-existencia del significante no es suficiente para dar cuenta de la constitución del sujeto.
El acto de palabra, una instancia preformativa, crea (ex nihilo) al sujeto, que al decir(se) precipita. Y cuando digo se precipita no puedo evitar pensar en caída, cae de algún lugar en el que no sabía que estaba (limbo) como cuando se dice en la lengua coloquial le cayó la ficha.
Tal vez por eso, a veces, no es sencillo distinguir en nuestra práctica lo que se denomina pasaje al acto, de acto.
Hay caída. La caída del sujeto se ha dicho en griego con la nominación Hipokeimenon, subjetum en latín, por debajo, el sujeto está debajo… cayó.
Recordemos que uno de los temores de Juanito, era el miedo a que los caballos…cayeran. Esos caballos caídos simbolizan:
la caída del sujeto
del padre
del falo
de la madre
Cada uno va cayendo a medida que está afectado por el significante sintomático, va puntuándolos, permutándolos, desplazándolos, significándolos.

Se sale, a veces violentamente, de un lugar para hacer(se) otro.
Esto significa tomar la palabra: hacerse lugar. Cada vez que tomamos la palabra, la tomamos de algún lugar. ¿Dónde están las palabras antes que las tomemos? En el Otro. Pero, al tomarlas queda el Otro al menos sin una palabra.
En ocasión de contraer una deuda económica en el análisis, una analizante dijo:
Me gustaría tener toda la plata del mundo, así le pagaría…
Dije: si me pagara, dejaría de tener toda la plata del mundo.
Freud relata un chiste que viene al caso a pesar que a nosotros no nos cause gracia:
- ¿Has tomado un baño? Pregunta el primero
- ¿Por qué?,¿falta alguno? Responde el segundo.
El juego significante, su deslizamiento, corre el acento en la palabra tomar. Ya no se trata de bañarse, acción reflexiva, si no de una actividad de sustracción, mejor dicho de extracción.
Efectivamente este chiste plantea que al tomar (agarrar en nuestro castellano porteño) al Otro le falta lo que se ha tomado.
El chiste es un acto (performativo), se realiza en el momento que estalla la risa. Risa que dice que al Otro le falta en ese instante - aunque sea en ese instante - una palabra, la que desliza la significación y sorprende al oyente.
En el chiste (Vg.: familionario) hay descompletamiento del Otro: el neologismo es una producción con elementos acumulados del saber de la parroquia. Un término que hasta ese momento no estaba; este término de más, señala un de menos en lo que ya se sabia atesorado. Técnicamente se ha operado una sustracción al Otro, es decir una castración.
Retomemos la pregunta: ¿qué es tomar la palabra?
No se trata de un acto volitivo, tal vez el mejor ejemplo sea el acto fallido. Recordemos que Lacan lo propone como acto logrado: logra pasar una palabra que revela una falla: el sujeto. El fallido entonces sería el modo equívoco de nombrar lo que no se puede nombrar. Una expresión irrumpe, sorprende al hablante que ha dicho una palabra en lugar de otra.
La iniciativa del sujeto es fallido, se escucha la diferencia entre lo que quería decir y lo que dijo.

ACERCA DE LA SATISFACCION

Introducción
A partir del Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, se comienza a perfilar en la enseñanza de Lacan, una noción que será nombrada 10 años más tarde, plus de gozar (o plus de goce), cuyos antecedentes freudianos los podemos hallar en el uso de la palabra Lustgewinn: ganancia de placer.
Es el invento del objeto a, como paso intermedio, el que abrió las puertas a la introducción en el discurso analítico, de una noción importada de la economía política.
El valor de esta noción, en nuestra práctica, está dado por su articulación con la pérdida de objeto, la repetición - la imposibilidad de la repetición-, y la conformación de los síntomas.
Nuestro objetivo será subrayar la importancia de la noción plus del goce en el desarrollo de la enseñanza de J.Lacan y su relación con el placer del chiste y con el objeto perdido tal cual Freud lo desarrolló.
También será nuestro propósito insistir en que entre lo perdido y lo recuperado hay una distancia insoslayable.
El marco de nuestro texto está comprendido fundamentalmente entre los seminarios 5 y 16 de J. Lacan.

Recuperación
Hay una pérdida, hay pérdidas. Desde Freud podríamos afirmar que: “en el comienzo era la pérdida”. Este será nuestro punto de partida:
a) De la experiencia de satisfacción.
b) De la madre
c) Del seno, de las heces
d) La castración

Las pérdidas serán un rasgo, una constante de los (des)encuentros en la vida.
Cuando Freud analiza la función del chiste (1905), sus tendencias y su mecanismo, resalta una equivalencia entre el placer que obtienen los niños del juego vocálico con los sonidos, y el placer que se encuentra en el chiste.
El placer del juego verbal quedará reprimido en el tiempo en que los niños comienzan a otorgar sentido a las frases. Esa pérdida, se “recupera”, es decir, se intenta recuperar -como recompensa- en el chiste, con la aparición de un sentido nuevo, que sorprende al oyente. Hay en el chiste una tensión entre, la pérdida del sentido, el suspenso durante el relato y el reencuentro placentero y sorpresivo en el remate del chiste. Con la risa arrancada al partenaire, se recupera algo de placer (perdido).
Este trabajo, que se toma el relator, necesita de la presencia del otro como semejante, como partenaire, que además sanciona con su risa, es decir, desde donde retorna el mensaje en forma invertida (Tú has dicho un chiste). Así, este otro, en ese instante, deviene Otro.
La clave es el intento de alcanzar, por intermedio del oyente, sin cuya presencia no habría posibilidad, una “lograda y exitosa” recompensa.
Se trata de “una sombra feliz”, de una realización no plena, fallida, de cosechar placer, de recuperar lo perdido. La mención al mito de Orfeo y Eurídice (Lacan, S.11) recuerda, justamente, que el intento de recuperar sólo logra volver a perder. La recompensa anoticia de la pérdida.
La sorpresa presentifica, tanto en el chiste como en la interpretación analítica, que se ha descompletado a la batería significante. Si es posible agregar, sorprender, es que algo falta. Mejor dicho, se lo hace faltar en acto, en el instante del remate del chiste o en el efecto de la interpretación.

Ambigüedad
Hay una ambigüedad en el uso del término “plus”, porque si bien hace alusión a la existencia de un más (+), habla de una pérdida (–).
En la teoría económica de Marx, el objeto transmuta su valor de uso en valor de cambio. El trabajador con su trabajo genera un excedente que no reintegra y que es apropiado por el capitalista. Entonces: ¿a quién pertenece ese plus?
Hay una parte suplementaria, que se acumula en el exterior del asalariado (enajenación).
Lacan establece una homología entre la plusvalía del discurso de Marx y el plus de gozar. La novedad es el hecho de que haya un discurso que articule ese menos con un plus, algo que viene entonces en más al lugar mismo de la pérdida.
Lacan encuentra en el texto “El Capital”, de Marx, una relación entre la plusvalía que obtiene el capitalista y la risa:
“Marx concede todo el tiempo para que esta defensa, que no parece más que el discurso más honesto, se explaye, y entonces señala que este personaje fantasmal con el que se enfrenta, el capitalista, ríe. … la conjunción de la risa con la función radicalmente eludida de la plusvalía, cuya relación con la elisión característica que es constitutiva del objeto a ya indiqué lo suficiente. El sobresalto, la conmoción, el poco más poco menos del que hablaba hace un rato, el juego de manos, el tejemaneje que los sorprende en el vientre en el efecto del chiste, todo esto gira en torno de la profunda relación entre la elisión y la risa”. (S. 16, clase 4)

Goce – plus de goce
El acento no lo ubicamos en qué o con qué se goza, pues no hay goce del sujeto, sino de qué modo suple cada uno el fracaso, el defecto en el campo del goce. El plus de gozar responde a la pérdida de goce. El objeto a es para Lacan simultáneamente una pérdida de goce y el plus de goce que la repara.
La existencia misma del discurso implica una renuncia al goce. Pero, paradójicamente, el discurso mismo otorga los medios de gozar.
Dice Lacan: “la topología del goce es la topología del sujeto”, por lo tanto, hay interior y exterior que no están completamente cerrados. Inventa el neologismo poursoit: para sí = para él; algo que es mío pero no es mío. Por eso la relación del sujeto y el goce no es de apropiación. En este punto de borde ubicamos el plus de gozar, o sea, el exceso de un goce montado sobre una pérdida, tal como señala Freud en “La cabeza de Medusa”: la multiplicación es una manera de tratar la falta.
Lacan advierte: “El sujeto hace la estructura del goce, pero, hasta nueva orden, todo lo que se puede esperar de esto son prácticas de recuperación. Es decir que lo que el sujeto recupera no tiene nada que ver con el goce, sino con su pérdida”. Puesto que el discurso es exclusión del goce del cuerpo, todo plus de gozar implica una pérdida, un plus que es menos.
En la Tercera, Lacan ubica al plus de goce en el centro del nudo, mientras que los demás goces (goce fálico, goce del sentido y goce del Otro), se conectan con el plus de goce pero son éxtimos a él.
Subrayar en nuestro texto esta dimensión del plus de goce, también apunta a poner en cuestión alguna forma de positivizar al goce; Vg.: ¿de que goza tal paciente? O ¿hay un goce allí?, etc.
Creemos que tanto goce y deseo, con su intermedio, la angustia, ponen de relieve la falta en ser, y algún exceso montado en un defecto.

Juego, repetición
La referencia que hace Lacan en el S.16 a la apuesta de Pascal, nos recuerda que la entrada a la mesa de juego ya implica una pérdida. El sujeto freudiano es pasivo: depende del significante, el deseo es del Otro, el discurso es del Otro, padece el Inconsciente, pero su actividad, su acción, es el juego. El juego de repetición del nieto de Freud, con el carretel y con la imagen en el espejo, acompañado por la expresión alternada de los vocablos o-a, leída por Freud como fort-da, indica que el sujeto se constituye fuera (fort) de sí, renuncia a la madre, ingresa en la cultura, es decir al malestar.
Recordemos que lo que a Freud le llama la atención es que su nieto repite el movimiento displacentero, es decir que juega a estar afuera. Hay necesidad de repetición porque hay caída de goce.
Juego, luego existo.
La disposición al juego (actividad) es la disposición a la pérdida: se ingresa perdiendo. Se trata, como en la operación alienación-separación, de una elección forzada.
Sin pérdida de goce no hay juego…de la vida. La constitución del sujeto es contemporánea de una pérdida irremediable.
Pierdo, luego existo.
La entrada en el logos nos empuja paradójicamente a una renuncia pulsional y a una búsqueda incesante de recuperación por medio de aquello mismo que desencadena el malestar.
El objeto a es el que impulsa a la repetición. En cada búsqueda del objeto, éste se pierde, no se produce el encuentro, hay una evocación constante al vacío. El objeto a es activo y el efecto de esta actividad es poner al sujeto en posición subvertida, descentrarlo de sí mismo.
El Superyo es el nombre de la instancia que no cesa de exigir renuncia (a la pulsión), y nos declara permanentemente insuficientes ante el goce que se pierde (“el asesinato del padre ha sido infructuoso”, dice Freud); ninguna renuncia logra saciar a esta instancia “obscena y feroz”. También el Superyo exige renunciar a lo posible precisamente porque no deja de empujar a lo imposible (renegando que lo es), es decir: ordena gozar.
Es la marca en el sujeto de que hay significante, de que se es hijo del significante, que es a su vez límite y vía de goce.

Yo, la verdad, hablo
“Todo lo que hay en el mundo solo se vuelve propiamente un hecho si se articula con el significante” (S.16).
El estatuto que Lacan le otorga a la verdad es designar en el decir, a la falta.
“Lo que del hecho no puede decirse se designa en el decir, por su falta, y eso es la verdad. Por eso la verdad siempre se insinúa, pero puede inscribirse también de manera perfectamente calculada allí donde solo ella tiene su lugar, entre líneas” (S. 16).
Entonces, cuando la verdad se diga, el sujeto va a “aparecer”. Así planteamos al sujeto como movimiento entre los significantes. El sujeto estaría entre dos elementos no sustanciales, que lo representan, es decir lo “desaparecen”. Podríamos postular entonces, que el sujeto nunca se presenta en sí mismo (no es una sustancia), sino que lo que se hace presente es aquello que lo representa.
Cuando en el discurso se produce un corte en la cadena, un fallido, aparece algo de otro orden, distinto al enunciado:
sujeto de la enunciación
sujeto de un decir
sujeto del inconsciente
sujeto subvertido
sujeto representado
sujeto supuesto
sujeto dividido

La verdad, cuando aparece, revela y dice, consuma y realiza la falla del sujeto. La pone en acto. Mientras no hablo soy una luna. Cualquiera que hable muestra su falla.
Falla de la demanda, del deseo, del sujeto. La característica es la falla.
El fallido, por tanto, es el acto. Es un acto logrado. Se logra mostrar la falla, porque no hay universo de discurso, porque el significante que representa al sujeto, y descompleta al Otro, está afuera (del conjunto Otro). Cada vez que hay un fallido, se revela que el Otro no está completo.
Lacan propone esta ilustración: una hoja en blanco, finita, dónde se encuentran inscriptos la totalidad de los significantes, esto es posible si elegimos el nivel en el que el significante se reduce al fonema. Si ponemos todos los fonemas en una página, al sujeto es necesario ponerlo afuera, pero está (es) entre significantes. Si quedara adentro el sujeto sería un fonema. Es una versión de la paradoja de Russell.
Plantea Lacan: “Fuera de la página en blanco estará el S2, este otro significante que interviene cuando enuncio que el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante. El S2 está fuera de la página”.
“En la medida que el campo del Otro no es consistente, la enunciación adopta el giro de la demanda, y esto antes incluso que se aloje allí lo que sea que carnalmente responda a eso”. Ir lo mas lejos en la interrogación del campo del Otro como tal permite percibir su falla.
“Pero nosotros tenemos otra cosa que hacer que lógica matemática, porque nuestra relación con el Otro es una relación más ardiente, una relación de demanda.” (Lacan, S.16)
Significante de una falta en el Otro, quiere decir entonces, que el Otro es inconsistente. Por ello, el análisis es una práctica de alquimista, porque manipulamos una sustancia explosiva, la libido (sustancia gozante, la llama Lacan), que se presenta en la transferencia como esa relación ardiente que se establece entre el sujeto y el Otro.

Síntoma
Para Lacan, el hecho es pathos del significante, porque todo lo que hay en el mundo es un hecho sí y sólo sí está articulado con el significante. Y para que haya sujeto, es necesario que el hecho sea dicho.
“Hay sufrimiento que es hecho, es decir que encubre un decir. Por esta ambigüedad se refuta que sea insuperable en su manifestación. El sufrimiento quiere ser síntoma, lo que significa verdad”.
Si el sufrimiento es hecho, es que ya está atravesado por el significante. Pero que esté articulado por el significante no lo eleva al estatuto de síntoma, sino que aspira a ser síntoma: nos encontramos con un sufrimiento que es atravesado por el significante (hasta aquí sería un hecho) y que es posible que se manifieste, y el modo de manifestarse es como síntoma.
O más claro: que haya un sufrimiento que encubra un decir, es un hecho. El hecho no es un síntoma, sino que el síntoma es el modo en que el hecho se manifiesta, es decir, la manifestación de un decir que se sufre.
Y por último, el síntoma designa lo que del hecho no puede decirse, “lo que significa verdad”.
“La medida en que cada uno sufre en su relación con el goce, en la medida en que este solo interviene por la función del plus-de-gozar, he aquí el síntoma…”

Para concluir
“Creo haber enunciado bastante desde el comienzo de este año que el plus de gozar se distingue del goce. El plus de gozar es lo que responde, no al goce, sino a la pérdida del goce, en la medida en que de ésta surge lo que se vuelve la causa conjugada del deseo de saber….”.
Entonces el “a” tiene 2 funciones: 1) como plus de gozar: indica lo que se pierde
2) como causa del deseo: motoriza al deseo

Retomando lo que nos interrogaba en un principio, afirmamos que el objeto a es causa de deseo o plus de gozar, es una disyunción inclusiva ya que es la única vía de conexión entre el conjunto de significantes y lo real. Lo real en tanto imposible de simbolizar, en tanto imposible de comprender está mediatizado por el objeto a, como aquello que nunca termina de cerrarse respecto del conjunto. Delimita lo que no cierra, la abertura en el mundo significante. Ese mundo generó un real. El objeto a es el efecto de lo real en el cuerpo, es la intersección entre el sujeto y el Otro, a ambos le falta el a.
“…Hay tipos que braman, hay tipos que claman, hay tipas que hacen drama. Todo esto vale. Simplemente, nunca sabrán nada de lo que quiere decir esto, por la sencilla razón de que el deseo no puede decirse. El deseo no es más que la desinencia del decir y por eso esta desinencia primero debe delimitarse en el puro decir, allí donde sólo el aparato lógico puede demostrar su falla.” (S.16)




BILBIOGRAFIA
Freud, S.: El chiste y su relación con el inconsciente. O.C. T.1, B. Nueva, Madrid 1948.
“ : Malestar en la cultura. O.C. T. 3, B. Nueva, Madrid 1948.
“ : Más allá del principio del placer. O.C. T.1, B. Nueva, Madrid 1948.
“ : La cabeza de medusa. O.C. B. Nueva, Madrid 1948.
Lacan, J: Seminario 5. Paidós, Buenos Aires 1999.
“ : Seminario 11. Seix Barral, Madrid 1974.
“ : Seminario 16. Paidós, Buenos Aires 2008.
“ : Escritos 2,”De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. Siglo XXI, Méjico 1976.
“ : Escritos 2, “Posición del inconsciente”. Siglo XXI, Méjico 1976.
“ : La tercera. Intervenciones y textos 2. Manantial, Buenos Aires 1993.

lunes, 17 de enero de 2011

¿UN DIAGNOSTICO PSICOANALITICO?

“La sexualidad es anormal porque no hay relación sexual. Freud se dio cuenta de que la neurosis no era estructuralmente obsesiva, que era histérica en el fondo, es decir ligada al hecho de que no hay relación sexual, que hay personas que eso les da asco, lo que así y todo es un signo positivo, que eso les hace vomitar.” (J. Lacan - Seminario 24)
Detengámonos por un instante en esta cita. La histeria, es con su deseo insatisfecho, una manera adecuada de decir la estructura anormal, displacentera de la sexualidad. Un malestar que acosa con demandas insaciables y satisfacciones libidinales conquistadas a las que no se quiere renunciar.
La histeria es modelo y en este sentido diagnostica, no a un sujeto sino, a la sexualidad.
Adelanto aquí una hipótesis y una pregunta: el sujeto del inconciente, pensado como lugar de enunciación, como vacilación, como presencia intermitente - por instantes - entre decires y dichos, este sujeto no es diagnosticable en los términos en que se piensa comúnmente al diagnóstico. ¿Habría otro diagnóstico posible?
Lo universal: el Esperanto
Si partimos con nuestra argumentación afirmando proposiciones universales sobre la histeria por ejemplo, este punto de partida nos impediría afirmar una existencia, es decir que no garantizamos por esta vía la existencia de aquello sobre lo que enunciamos. Porque las proposiciones universales, pueden enunciarse sobre objetos que no existen, (los unicornios por ejemplo) y sin embargo son lógicamente verdaderas. El objeto queda en suspenso, porque quien enuncia no se ocupa de verificar la existencia. Son proposiciones que en sí mismas rechazan alojar (a un) sujeto, porque impiden en su universalización la afirmación de una existencia singular.
Cuando hablamos de casos, de estructuras, de cuadros, ¿hablamos de una práctica generalizable, afirmando algún universo? Si la respuesta es sí, lo hacemos a costa de borrar las marcas subjetivas, la constitución singular.
“El nombre del Esperanto en el campo psicoanalítico, es el discurso psicopatológico en tanto no deja lugar para el sujeto. Cuando las llamadas estructuras clínicas dejan de nombrar posiciones del sujeto para señalar modalidades de la enfermedad psíquica, el Psicoanálisis empieza a transitar el venturoso camino de la ciencia, la cual tiene como marca indeleble de nacimiento, el rechazo del sujeto.
Enfermedad mental, patologías de borde, trastornos, diagnósticos en términos del ser son algunos de los eufemismos utilizados por el Esperanto psicopatológico. El eufemismo implica la suspensión de la función subjetivante, filiatoria de la lengua“. (de un trabajo inédito de D. Kreszes)
La psicopatología aparece como un intento de transformar la práctica analítica en una suerte de ciencia, en donde en las gavetas ya dispuestas entre todo lo que se nos presenta.
Entran enfermedades, cuadros, estructuras, pronósticos y advertencias. Objetos, que el sujeto - psicopatólogo - ordena según una sistematización, que necesariamente se funda en la psiquiatría aunque disfrazada con nociones de Psicoanálisis.
Intentamos desechar el confort que supone un analista observador, alejándonos de la sistematización. Nuestro deseo da lugar a la incoherencia de la experiencia, y al sin sentido de los desechos de la vida mental.
La idea misma de diagnóstico basada en reconocer una enfermedad, y describir sus signos, es discutible en el quehacer analítico.
Reconocer para reconocernos, describir para constatar - lo que ya sabemos - no son las coordenadas convenientes, que puedan crear las condiciones necesarias para iniciar un análisis.
El acta de nacimiento de un análisis es en este sentido, el momento en que el ahora analizante ha concluido en el tratamiento de prueba, que ya no hay los analistas sino “mi analista” - inicio de la transferencia -; cuando para el analista se diluyen los obsesivos, las histéricas, etc. ; deseando que un sujeto de ese análisis pueda llegar a advenir.
Un singular: el síntoma
“La única definición filosófica posible de la violencia es que ésta acalla toda nueva pregunta.”(Vattimo).
Entonces ¿cuál sería la función de un posible diagnóstico psicoanalítico?
1. Intenta “descifrar a qué conflicto viene el síntoma a dar solución “(Sara Glasman). El síntoma brinda alguna solución transaccional, - pero como toda solución - fallida. Por eso la consulta.
2. Escuchamos las satisfacciones e insatisfacciones que se cristalizan en el síntoma, y cómo habita el analista en su núcleo - motor del análisis -. Este desciframiento incluye al lugar del analista en el cuadro. Una mirada que no es ni objetiva ni subjetiva, sino que calcula la presencia del analista en el análisis que dirige. Recortamos y construimos “una diversidad clínica que no existe como dato previo.”( Lili Baños).
3. Tratamos de distinguir si estamos incluidos en un síntoma, o si escuchamos el relato de un acting out, o de un pasaje al acto. Esta distinción (¿diagnóstica? ) Nos posibilitaría interpretar o no interpretar.
No participo del presagio que adivina y conoce certeramente el futuro, anunciando que si interpretamos, tal cosa indefectiblemente le ocurriría al paciente.
(Amenazas que inhiben y paralizan a los nuevos analistas: Si es una pre - psicosis no interpreten porque brotarían a los pacientes.! )
Nos “posibilitaría interpretar o no”, significa que el encadenamiento significante lleva a veces, necesariamente, a la interpretación. No es que conviene o no conviene, que hay que prevenir o que hay que impedir. Insisto, la secuencia significante lleva, en la transferencia a que el analista, si escuchó, diga o que no tenga nada que decir.
En este sentido no decidimos interpretar, mejor dicho, es una decisión, pero una decisión sin agente.
Hay interpretación o no la hay. No hay buenas ni malas. Sólo hay o no hay. Si es una interpretación es porque habrá sido una interpretación. Si un discurso, en transferencia, precipita que por boca del analista brote una interpretación, es porque el devenir de las asociaciones ha llevado ineludiblemente a la interpretación. Analista no es el que dice todo lo que se le ocurre.
La estructura: lo que se sustrae
Sostener que hay una clínica de los goces, de lo real, de los bordes, de las psicosis, del fantasma, de la angustia, por fuera del devenir transferencial y con clasificaciones estancas, no deja de ser un intento de construir un muro frente a la angustia. Querer saber antes - de que estalle la angustia - lo imposible de saber.
Al definir estructuras con mecanismos pre - establecidos volvemos sin querer (¿sin querer? ) a una clasificación, que no podría dejar de ser psiquiátrica.
A cada estructura, le corresponde un mecanismo. (Una definición de ingeniero! )
Esta afirmación no puede sostenerse seriamente. En la neurosis no hay renegación o forclusión? En la perversión no hay represión o forclusión? En la psicosis sólo hay forclusión? Condenados a errar cuando nuestra argumentación se aleja de la referencia metódica al edipo, al enmarcar la constitución del sujeto en el complejo de edipo y el complejo de castración, nos es imposible reducir la complejidad de la constitución subjetiva a un mecanismo. Unificar, clasificar, universalizar, son los ladrillos del muro que cierra el camino a la sorpresa concomitante a las formaciones del inconciente y a los efectos de la interpretación.
Relacionar el síntoma a la estructura, pensándolo como un epi - fenómeno de una estructura oculta más allá de lo evidente y con consistencia propia, recuerdan los recursos usados cuando en otros tiempos, no muy lejanos, se apelaba a enfermedades de base pero con interminables listas de rasgos (obsesivos, fóbicos, etc.) que matizaban la uniformidad, intentando explicar así lo que no entraba (por suerte!) en las clasificaciones consagradas.
¿Es posible establecer posiciones subjetivas, que no se sostengan en los ”mecanismos propios” de cada cuadro por fuera de la transferencia y de la demanda de análisis? O ¿podemos concluir un diagnóstico singular e irrepetible para otros casos?.
Un diagnóstico que desarticule y enrarezca lo establecido, como la clasificación que inventa la Enciclopedia china - en “El idioma analítico de J. Wilkins” de J. L. Borges -, al dividir a los animales en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados c) amaestrados d) sirenas e) perros sueltos f) que se agitan como locos g) que acaban de romper un jarrón h) que de lejos parecen moscas. Que enuncie que se trata de un paciente hasta ahora psiquiatrizado (conclusión “diagnóstica” de una supervisión), o el que con este dicho ha finalizado su análisis y se acaba de retirar, podría ser alentador y causante de nuevos pensamientos, de algún acto creativo.
La tarea del bricoleur tal como la describe y la piensa L. Strauss podría orientarnos. “El bricoleur es aquél que utiliza los medios de a bordo, los instrumentos que encuentra a su disposición alrededor de él, que están ya ahí, que no habían sido concebidos especialmente con vistas a la operación para la que él hace que sirvan y a la que se los intenta adaptar por medio de tanteos, no dudando en cambiarlos cada vez que parezca necesario hacerlo, o en ensayar con varios a la vez, incluso si su origen y su forma son héterogeneos.
El bricolage es mito poético. En contraposición al discurso epistémico, el discurso estructural sobre los mitos, el discurso mitológico debe ser él mismo mitomorfo, debe tener la forma de aquello de lo que habla.
En cambio el ingeniero es lo que L. Strauss opone al bricoleur.”( J.Derrida. El subrayado es mío)
El diagnóstico, como el Psicoanálisis que prefiero, es más afín al discurso mito poético que al epistémico; más cercano al mitomorfo - “las pulsiones son nuestra mitología” - que al de las fórmulas. El discurso “sobre” el inconciente, debiera tener la forma de aquello de lo que habla, es decir, que no es “sobre”. No es con instrumentos concebidos previamente para la tarea, con los que construimos los casos, sino con afirmaciones singulares ad hoc, siempre dispuestos a revisarlas.
Si el problema es la relación del sujeto al deseo, a la falta siempre singular, sería conveniente que los analistas, dejáramos de lado los intentos de unificar el campo teórico encontrando nuevamente, en un gesto aburrido, lo que ya conocemos.
Entonces no reducimos la teoría a un denominador común, ni a una medida que exista por fuera de los analistas, como un elemento positivo.
Si afirmamos que la teoría es ad hoc, abierta incompleta y variable, el lugar que “unificaría” el campo de acción es nuestra práctica, entre resistencia y transferencia. (Entre heces y orina hacemos la teoría) . Sería el lugar que identifica al analista en tanto practicante del análisis.
La experiencia del inconciente, que es según Lacan dispersa, diversa incluso divertida, sería paradojalmente en su singularidad, la fuente en donde abreva la teoría, es decir, las teorías. Teorías que incesantemente retornan sobre la práctica sin terminar de cercarla, definirla ni comprenderla, manteniendo la necesaria tensión entre dispersión y unificación.
El tiempo
“El arte es una actividad imposible desde el punto de vista social, porque su tiempo es otro; siempre se tarda demasiado, o demasiado poco, para hacer una obra.”
R. Piglia
Esta idea de Piglia sobre el tiempo en el arte la podríamos transponer a nuestra práctica. El tiempo del diagnóstico, si lo hubiera, y el del análisis, también es otro. Suspendiendo las respuestas, abrimos en el tiempo del análisis las llagas que las preguntas llevan, abriendo tiempos de transformaciones y elaboraciones.
Creer que se poseen los instrumentos previos indica un intento de estar precavidos, de una anticipación que horada la posibilidad de dar tiempo a la instalación de la transferencia. Para acercar a un paciente al análisis se necesita tiempo, imposible de fijar de antemano en el inicio así como al final del tratamiento. El Psicoanálisis es una experiencia dialéctica, a través del discurso, en el que la diacronía de la interlocución coloca en un devenir problemático a lo que se quiera establecer como estabilidad de cuadros o estructuras.
Dejamos caer adrede y por ahora, las estructuras con sus mecanismos, y con ellos la exigencia de establecer un diagnóstico anticipado, proponiendo pensar cada análisis en función de:
a. las creencias. Cree en las voces, o no. Cree que el síntoma le dice algo, o hay increencia.
b. del saber. Tiene la certeza que en alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos. O se pregunta por quién sabe, o por si hay saber.
c.. de la demanda. Si demanda ser demandado
d. de la angustia . Si es del Otro.
e. de la fobia Si la pensamos como placa giratoria en la constitución de todas las neurosis.
f. del tiempo. Si se eterniza en el tiempo para comprender, sin concluir jamás.
g. del goce. Si es del otro, o del Otro (si existiera).
Una lista incompleta que incluyéndose a sí misma no resuelve, ni responde a nuestro interrogante, y no clausura otras perspectivas posibles. Sin embargo, podría tener la virtud de inquietarnos en nuestra práctica cotidiana, abriendo cuestiones que si las damos por resueltas cristalizan un hábito - con el que vestirse - en el que los analistas nos reconocemos.
La práctica analítica tiene la riqueza y la creatividad que podemos encontrar en el tiempo del juego, en la tarea del bricoleur. Al enunciar la regla fundamental, sostenemos un juego serio que, como el inconciente freudiano, está estructurado como un chiste.

LA INTERPRETACIÓN, UN ABUSO

Mil adjetivos sobre el goce no lo describirían, el único enfoque del goce es la metáfora, o más exactamente la catacresis: metáfora (quiere decir: transferencia, transporte) defectuosa, en la cual el término denotado no existe en la lengua .

Existe una figura retórica que restituye el vacío del término comparado cuya existencia está enteramente sometida a la palabra del término comparante: es la catacresis, figura fundamental quizá mucho más que la metonimia, puesto que habla alrededor de un término comparado vacío (no hay otra palabra posible para denotar las alas del edificio y sin embargo es inmediatamente metafórico) .

Catacresis es un tropo, es decir, una figura retórica mediante la que se otorga a una palabra un sentido traslaticio para designar a una cosa que carece de nombre. Por ejemplo: hoja de la espada, alas del edificio, ojo de la cerradura. Carece de nombre y, en un sentido traslaticio, por ejemplo, ojo de la cerradura viene a nombrar algo que en sí carece de nombre. Es un término figural porque la puerta no tiene ojo, ni el edificio tiene alas. Hay un llamado a otras palabras para que concurran a ocupar el lugar del nombre que no hay. En la medida que no haya término literal, habría catacresis que, etimológicamente, significa abuso del lenguaje.
A través de este abuso -la nominación catacrética- se escribe en el lenguaje algo que hasta allí era innombrable, no poseía término literal. Este término sustituye... nada, porque no hay una palabra que sea sustituida a ese término. La metáfora es la sustitución de un significante por otro, pero “ojo de la cerradura” ¿a qué otra palabra sustituye? En este sentido, se trataría de una metáfora originaria: la inscripción de un significante, pero no en el lugar de otro sino en el lugar de nada.
La metáfora introduce la pérdida de lo propio, despoja la individualidad. El hombre no puede tener más que representaciones y todas ellas son impropias, entonces todas serían catacréticas.
Agamben dice en Estancias que “Nada se sustituye a nada porque no existe un término propio que el metafórico sea llamado a sustituir. Hay una dislocación y una diferencia en el interior de un único significar. En una metáfora originaria sería inútil buscar algo así como un término propio. La dislocación metafórica no sucede entre lo propio y lo impropio sino que es una dislocación de la misma estructuración del significar: la recíproca exclusión del significante y el significado.”
Afirma que el significante sustituye a otro significante, y que se trata de un juego entre significantes porque el significado es un significante en posición de significado. Sostiene que “lo humano es fractura de la presencia que abre un mundo y sobre el cual se sostiene el lenguaje”. Rechaza así alguna reciprocidad de la palabra con el objeto y subraya la inadecuación de la palabra al mundo, inadecuación del lenguaje.
Se podría afirmar, a partir de definir catacresis como abuso del lenguaje, que todas las figuras retóricas, y la metáfora por supuesto, son abusos del lenguaje. Es inherente a su uso el abuso.
“El gato hace guau-guau, el perro hace miau-miau. He aquí de qué modo deletrea el niño los poderes del discurso... e inaugura el pensamiento de la cosa”.
•••

En “Psicoterapia de la histeria” (1896) , Freud escribe que “... habremos de suponer que se trata realmente de ideas que no han llegado a existir; esto es, de ideas para las cuales sólo había una posibilidad de existencia, aceptando así que la terapia consistiría en la realización de un acto psíquico no cumplido”.

Lacan a su vez se ha formulado la misma interrogación: ¿dónde está el deseo, dónde está el inconsciente antes que sea nombrado en el análisis, antes de la interpretación? Responde: en el limbo de la abortadora. Habrá estado sin un lugar...aún. El inconsciente no es ser ni no ser, sino lo no realizado, es el análisis el que tendrá a su cargo que se realice, que se articule, que se diga. Pero a su vez, eso que se dice, tendrá un defecto, que es falla fundamental, por la inadecuación del lenguaje para decir el cuerpo sexuado.
Sitúa de este modo a la interpretación analítica en un relieve que deseo relacionar con lo ya expuesto sobre la catacresis. La interpretación analítica, tendría la dimensión de una nominación catacrética. Es decir, que al poner en juego al Nombre-del-Padre, al padre como término, se conmueve la relación con el lenguaje, se releva la inadecuación para decir la indeterminación del ser, para decir al cuerpo sexuado.
Cuando una interpretación es tal, presentifica esta relación (de no-relación) del sujeto al lenguaje: revela la impropiedad de la palabra. Toda la relación del sujeto al lenguaje queda en suspenso, se conmueve en ese instante, por esta referencia necesaria al Nombre-del-Padre que pone en juego el límite, la potencia del límite de la palabra (límite al poder de la palabra), que a su vez hace posible la eficacia de la interpretación. Pensar la interpretación como nominación catacrética, nos aleja de una asimilación de la función padre a cualquier pensamiento religioso porque resalta su inconsistencia. Es la presentificación, por boca del analista, de algún nombre (a veces es sólo el silencio!) que nombra lo que carece de nombre. Como dice Barthes ni mil adjetivos sobre el goce lo describirían, el único enfoque del goce es la metáfora defectuosa que lo incluye… excluyendo.
En el transcurso de un análisis quizás no haya tantas interpretaciones; son momentos privilegiados que cuando ocurren, efectivamente, las cosas ya no son como eran antes. Incluso, a partir del acto analítico, de la interpretación, nace un nuevo sujeto que ya no es el que era antes. Analista - como portador de la función de la palabra - y analizante restan modificados. Sin embargo este nacimiento es mortífero porque presentifica la muerte: el acto analítico realiza en el co-surgimiento de sujeto y analista, que este último decline, en el mismo acto, su lugar. Del lado del analizante, el acto presentifica la castración en tanto este nacimiento no le otorga sustancia, ni permanencia alguna.
Es un co-surgimiento sin reciprocidad.

EL PSICOANÁLISIS AL REVÉS

INTRODUCCION:

Hace muchos años pensaba que había algunos pacientes que hacían psicoterapia y
otros que decidían psicoanalizarse , que se trataba de una cuestión de gustos, formación y elección (transferencial). Quienes hacían psicoterapia era porque querían hacer psicoterapia- mal no hacía, pensaba -; y los que hacían psicoanálisis era porque tenían un deseo de analizarse y acudían a un analista, instrumento necesario para un análisis.
Sin embargo escuchando en algunos analizantes los efectos de alguna experiencia psicoterapéutica anterior, y leyendo algunos textos de quienes promueven la psicoterapia psicoanalítica, llegué‚ a la conclusión de que ciertas prácticas provocan efectos nocivos. Algunos de los cuales son valorados por esas mismas prácticas como logros.
Legitiman su acción desplegando un discurso (pseudo) analítico, que banaliza los conceptos fundamentales del psicoanálisis.

PSICOANALISIS Y PSICOTERAPIA
Una intersección vacía

1.Quienes promueven la psicoterapia conciben los tratamientos como un proceso corrector de experiencias y de fantasías respecto a la realidad, es decir que el objetivo del tratamiento es mostrarle al paciente que sus fantasías le distorsionan el acceso al conocimiento de la realidad y a la relación con los otros. Proponen un pasaje desde el principio del placer - manejarse como si estuviese en el seno materno- al principio de realidad. ¨Y que‚ sería para ellos el principio de realidad? Aprender a soportar frustraciones, mediante una transferencia de aprendizaje en donde el terapeuta hace una orientación constante de su paciente hacia la realidad.

¨ Cómo plantea Freud el principio del placer y su relación con el principio de realidad? Sostiene que no son opuestos. El principio de realidad está al servicio del principio de placer, no es m s que una forma de garantizarlo. En "Inhibición, Síntoma y Angustia", afirma que es el yo, el narcisismo, lo que est regido por el principio de placer- realidad. No se oponen sino que el de realidad garantiza, retrasando, el cumplimiento del placer.

2.Hacen hincapié en la teoría de las relaciones de objeto cuyo ideal es llegar a relacionarse con un objeto genital total.
Proponen un encuentro positivo entre el paciente y el terapeuta para reparar el mal encuentro infantil con sus padres, con esos primeros objetos. En ese sentido, el terapeuta debe ser una persona buena, permisiva, que ayuda, y debe tener un rol real de docente experto.

Para el psicoanálisis, las relaciones objetales tienen su campo en el narcisismo, son las relaciones que se establecen con los objetos del yo, los objetos amables por el yo. El Complejo de Castración, relación del sujeto con la ley, inscribe al objeto como perdido.
El psicoanálisis no promueve un buen encuentro, ni la ilusoria posibilidad de darle a un paciente un objeto (que no se posee), sino que basa su práctica alrededor de esta pérdida irremediable del objeto. Cualquier objeto que se crea "poder" otorgar sólo contribuye a obturar esta pérdida fundante de la subjetividad.

3.Hay corrientes psicoterapéuticas que proponen tratamientos breves, cuya fecha de finalización está prefijada.

Cuando un terapeuta dice en el inicio, vamos a trabajar tanto tiempo- nos vamos a encontrar 6 meses -, está anunciando y garantizando que durante este tiempo pre-establecido y en ese pacto, no van a morir ni él ni el paciente. Hay una renegación de la muerte, es decir de la castración.
Se dice que lo breve si bueno dos veces bueno. Sin embargo Freud polemiza con O.Rank que ya planteaba la necesidad de abreviar y agilizar el análisis, diciendo: "si deseamos satisfacer mayores exigencias con la terapéutica analítica, nuestro camino no nos llevar a un acortamiento de su duración".
Rank sostenía que sabiendo que el trauma de todos los pacientes es el trauma del nacimiento, es posible atacar de frente al trauma y terminar el tratamiento en poco tiempo. Sabemos la causa, sabemos el final. Freud responde que procediendo así es como sacar una lámpara que ha iniciado el incendio y dejar el incendio. La causa no está al comienzo sino que la construimos al final del análisis. Con la teoría del trauma del nacimiento Rank llena el lugar de la causa. El complejo de castración en cambio, es el vaciado de este lugar y no la sustitución de una causa originaria - que daría cuenta de todo- por otra.

4. La psicoterapia propone un pacto de trabajo al paciente. Esta alianza terapéutica tiene como objetivo fortalecer áreas del yo libres de conflicto, y sostener con esas áreas esta alianza.

En "Análisis terminable e interminable", Freud propone que "si hemos de hacer un pacto, una alianza con el yo, éste ha de ser normal. Pero un yo normal es como la normalidad, una ficción ideal; el yo anormal no es por desgracia una ficción" y agrega: "no hay lealtad del yo al trabajo del análisis, es una ficción". Por lo tanto aquel tratamiento que hace del fortalecimiento del yo su ideal, lo que no tiene en cuenta es que el yo, el narcisismo, est comprometido en la resistencia y en la represión del deseo. Fortalecer el yo es un vano intento de consolidar una santa alianza contra el deseo anclado en la carne.

5. Otra discusión que Freud plantea (esta vez con Ferenczi) es respecto de los conflictos artificiales activados en el tratamiento: - bueno, hoy vamos a dedicarnos a hablar de su homosexualidad latente -, y ponemos un título, intentando activar un conflicto artificialmente; "Qué‚ dice el paciente después de largas sesiones de trabajo sobre el tema propuesto por el terapeuta? El paciente responde como las señoras en los museos: qué interesante!!" y agrega Freud "cuando uno le habla de estas cuestiones al paciente y le explica sus problemas sus conflictos, es como dar a los niños información sexual, de donde vienen los niños, de todas maneras ellos en secreto siguen adorando a sus ídolos".
Aunque como un educador modelo, el analista le intente enseñar y explicar, continúan aferrados a sus ídolos, a sus creencias infantiles, a sus teorías sexuales infantiles.
Lacan en el seminario" Los 4 conceptos" recuerda una frase de Picasso que dice: "yo no busco, encuentro", no busca la homosexualidad latente, el Edipo, la castración, basta escuchar para encontrar y sorprenderse cuando en la transferencia los demonios salen a nuestro encuentro. Actuamos como si no persiguiéramos fin ninguno determinado y nos dejamos sorprender por cada nueva orientación y actuamos libremente sin prejuicio alguno. En cambio para la psicoterapia, para el ideal de la psicoterapia, el proceso terapéutico se apoya "en activar funciones yoicas de los dos, del yo del analista y del yo del paciente, en un foco, donde se focaliza el conflicto en una relación de trabajo".


6. Proponen que el foco impone una asociación guiada activamente por el terapeuta relacionada con el motivo de consulta.

La única regla para un análisis es la regla fundamental: "diga todo lo que se le ocurra". Esta regla es absolutamente diferente a cualquier asociación guiada.
Entre analista y analizante hay un lugar tercero, el lenguaje. Se trata de palabras y el analista no puede olvidar que se trata de palabras, no para ponerse a jugar con las palabras sino para escuchar cuáles son las leyes del encadenamiento de estas palabras, lo que permitiría el advenimiento de la interpretación.
En la psicoterapia el ideal es la asociación guiada, para interpretar el significado de las conductas y prescribir conductas: "Si en esto que está haciendo le va mal, por qué no cambiar? ¨ Por qué‚ no prueba con otra cosa? Se ocupan de la conducta y de la descripción de la conducta. Insisto, para el psicoanálisis se trata de palabras, no de significados de conductas, sino de la función de la palabra y de su poder creacionista.

7. Cuál es el lugar del analista y cuál el del terapeuta? El terapeuta prescribe conductas, indica, interpreta significados de conductas, da una opinión profesional.

Este lugar del terapeuta se contrapone a una escucha analítica de la demanda. El analista forma parte del concepto de inconsciente, y su responsabilidad es estar en el trabajo del inconsciente, es escuchar las asociaciones del analizante, e intervenir cuando es necesario, en el sentido de necesariedad: no puede dejar de decir.
Mientras que la opinión profesional es la de un personaje ajeno al trabajo del inconciente, alguien que opina sobre, y prescribe -receta- El terapeuta debe cumplir en este sentido un rol cultural, de docente, un rol corrector de experiencias emocionales y además debe incluirse selectivamente como persona, debe participar con su yo. Por el contrario, el psicoanálisis nos enseña que la individualidad, la persona del analista, constituyen su resistencia. El analista desaparece en tanto persona porque es concebido como un lugar en el discurso que se despliega, que deriva en la transferencia.
"El amor a la verdad excluye toda impostura", y persona significa máscara, impostura...un código de procedimientos, ciertos rituales, que harían creer que con esta impostura se parece a un analista, a un analista que posiblemente se haya tenido, que a su vez haya sido un impostor de otra impostura. Entonces cuando la persona del analista dirige el tratamiento, lo que está en juego es su individualidad.
(-indiviso- no dividido).

8. Todos nos hemos preguntado en algún momento "qué‚ es lo mejor para el paciente", pero deberíamos detenernos en esa máxima freudiana "lo mejor es enemigo de lo bueno". Freud en "Malestar en la Cultura" dice que" muchas veces lo malo ni siquiera es lo nocivo para el yo, sino algo que este desea, inclusive que le procura placer... agrega que lo malo es aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida del amor". Para Freud lo bueno y lo malo están relacionados con la indefensión del sujeto frente al Otro. Es el Otro quien sanciona qué‚ es bueno y qué‚ es malo, se renuncia entonces por miedo a la pérdida del amor.
Nos advierte que si hay mejoría en los pacientes se produciría una inercia en el tratamiento, que favorece la resistencia.
Lacan afirma en el "Seminario de la Etica", que la cuestión ‚ética del análisis no se plantea en una especulación del ordenamiento del servicio de los bienes - cuánto tiene, si provee o no provee -. La ‚ética del psicoanálisis se sostiene en lo que llama, la "experiencia trágica de la vida".
En el discurso de Baltimore dice: " donde está el sujeto es necesario encontrar el sujeto como objeto perdido, más precisamente este objeto perdido es el soporte del sujeto, en muchos casos es una cosa más abyecta de lo que ustedes pueden considerar, en algunos casos es algo hecho, como lo saben perfectamente todos los psicoanalistas y mucha gente que ha sido psicoanalizada, es por eso que muchos psicoanalistas prefieren volver a una psicología general, como el presidente de la sociedad psicoanalítica de Nueva York nos dice que debemos hacer. Pero yo no puedo cambiar las cosas, soy psicoanalista y si alguien prefiere dirigirse a un profesor de psicología, eso es asunto suyo. Resulta obvio que el organismo es una unidad y funciona como tal. La cuestión se hace más difícil cuando esta idea de unidad se aplica a la función de la mente, porque la mente no es una totalidad en sí misma, pero estas ideas en forma de unidad intencional, fueron la base de todo el llamado "movimiento fenomenológico". Lo mismo era cierto en la física y en la psicología con la llamada escuela gestáltica, y la noción de la buena forma, cuya función era unir por ejemplo, una gota de agua e ideas más complicadas. Y los grandes psicólogos, incluso los psicoanalistas, están llenos de la idea de personalidad total.
De todos modos es siempre la unidad unificadora la que se encuentra en primer término. Yo nunca he comprendido esto, pues aunque soy psicoanalista también soy un hombre, y como hombre mi experiencia me ha mostrado que la característica principal de mi propia vida humana -y estoy seguro, de la de todos los aquí presentes - consiste en que la vida es algo que va, a la deriva. La vida va por el río, tocando de vez en cuando la rivera, parándose un rato aquí, allí, sin comprender nada.
Y el principio del análisis es que nadie comprende nada de lo que ocurre, la idea de la unidad unificadora de la condición humana, me ha producido siempre el efecto de una mentira escandalosa."

¨ Qué‚ propone la psicoterapia? Que el paciente elabore un proyecto que implique su propio bienestar y su propia autoestima que hay que reforzar siempre, y decirle al paciente de toda mejoría y de todo avance en la tarea del tratamiento, en busca de integrar una concepción totalizadora de la experiencia humana.
Lacan nos advierte sobre esta cuestión diciendo que el dominio del bien, el que domina el bien, el que dice dónde está el bien es el amo con su supuesto poder("yo puedo el bien, el bien del otro, o mi propio bien. El dominio del bien es el nacimiento del poder, yo puedo el bien").

9. En la psicoterapia se insiste en que los terapeutas deben dar intervenciones directivas. La sugestión desconoce al sujeto en su división, produce dominación y fascinación; "toda canallada descansa sobre el deseo de ser el Otro para alguien". La sugestión sitúa y coagula al analista en el lugar del ideal del yo ("Psicología de las masas y análisis del yo"), dominando, fascinando, ordenando, diciendo lo que está bien y lo que está mal, hipnotizando.
En el "Fedon" Platón le hace decir a Cebes: "comprendo que a un loco se le puede ocurrir que sea preciso huir de un amo, cuéstele lo que le cueste, y no comprenda que siempre se debe estar unido a lo que es bueno".
Un hombre prudente y sabio desearía siempre estar bajo la dependencia de lo que es mejor para él.

10. Un argumento falaz utilizado como ariete contra la práctica analítica es que tiene límites, que sólo sirve para un reducido número de pacientes ("normalmente") neuróticos, y que la psicoterapia analítica está indicada para los pacientes borderlines, y para las neurosis narcisistas.

Con este novedoso criterio clasificatorio la mayoría de los historiales de Freud serían de pacientes borders. La neurosis es grave, y siempre plantea desafíos y dificultades para quien está‚ dispuesto a escucharla.
Hago mías las palabras de J.B. Pontalis:" Los casos límites no pueden ser considerados la excepción, el estado límite parece siempre subyacente a la construcción neurótica. Cuando derivamos nuestra impotencia a la morfología de la realidad psíquica de nuestros pacientes nos comportamos como aquéllos neuróticos que imputan su estado de miseria a una realidad social o familiar. No hay análisis que aquel que nos lleva a los límites, en una prueba de los límites del psicoanálisis y de nuestros propios límites."

11. Decía al comienzo que en una época pensaba que la psicoterapia no tenía efectos nocivos, que si bien obstaculizaba que los pacientes se analizaran, al menos era una experiencia terapéutica.
Luego entendí que sus objetivos conducen a lo peor. Los objetivos (compartidos!) que la terapia se fija son "favorecer la autoevaluación y la objetivación". Es decir que el paciente se piense se objetive, y diga acerca de sí lo que le pasa, lo que le falta, lo que tiene o lo que quisiera ser. Que hable de sí mismo, que se autocomprenda, autoevalúe, y discrimine entre realidad y mundo interno – fantasías -. El objetivo es consolidar un Yo más finamente observador de las experiencias.
El ideal de la interpretación en la psicoterapia es la introducción de una racionalidad, una razón, una causa que se le provee al paciente, se le explica, se le enseña, se le ayuda a hacer un proyecto de vida.
Por qué un paciente no puede en una terapia autoevaluarse, objetivarse, autocomprenderse, discriminar, reforzar su yo, consolidar a un yo finamente observador, por qué no puede objetivarse, por qué no introducir una racionalidad en conductas irracionales, por qué‚ no introducir una causa y una explicación en todo lo que le sucede?
Lacan plantea que todo ideal de normalización psicológica, no es más que una moralización racionalizante; " si se forman analistas es para que haya sujetos tales que en ellos el yo esté ausente". Es el ideal del análisis, es virtual... porque no hay sujeto sin yo, un sujeto plenamente realizado no existe, sin embargo procuramos acercarnos asintóticamente a un sujeto sin yo.
"Allí donde el ello era, el yo debe advenir ", lo leemos como "allí donde el ello era, que el sujeto advenga", que caiga el yo, que caiga la persona, que caiga la impostura.
"Que el sujeto acabe por creer en el yo, es como tal una locura", si se refuerza al yo, a un yo que da razones, se termina creyendo en el yo, se constituye una paranoia post- analítica.
Freud define la paranoia en el manuscrito H: "la paranoia es una psicosis intelectual, una manía de interpretación que modifica al yo".
Por supuesto que después de una psicoterapia los pacientes terminan modificados, pero es en este sentido que terminan modificados, dando explicación de todo, con una manía de interpretación que modifica al yo, con una locura racionalizante.

Se acude al análisis porque hay síntoma, y no hay sujeto sin síntoma. En el síntoma hay una verdad oculta, una verdad que se dice demandando ser descifrada.
Esa verdad que está en juego es un deseo reprimido. La función del yo es de desconocimiento de esta verdad singular; reforzando al yo, se refuerza la política del Yo, es decir la represión.